Hoy continuamos hablando de las Ideas platónicas y el ser del mundo físico. Además, hablamos del famoso Barco del Estado e introducimos la Idea del Bien.
Tengo una idea. No es por nada que el foco simbolice las ideas. Cuando se nos ocurre algo, es como si una luz se prendiera. Veremos la importancia de la luz como metáfora en nuestro examen de las Ideas de Patón. Pero cuando decimos, “tengo una idea”, la palabra ‘idea’ ahí no se usa en el mismo sentido en que la usa Platón, cuando habla por ejemplo de la Idea de caballo. Una Idea platónica no es simplemente un contenido mental que puede o no estar en mi cabeza en un momento dado. Para Platón, tienen una realidad independiente. En la escala ontológica, como vimos en el último vídeo, son lo más real de todo lo que hay. El filósofo tiene conocimiento al contemplarlas. Al otro extremo está simplemente lo no-existente. Esto corresponde a la ignorancia. ¿Pero qué pasa con las cosas físicas del mundo sensorial? No tienen la plenitud de ser de las Ideas pero tampoco no son nada. Platón les atribuye cierto grado de ser. La pregunta es, ¿cómo hemos de entenderlo? Esta pregunta ontológica por las Ideas la podemos responder al entender nuestra relación epistemológica con ellas. ¿A qué me refiero?
Pues nadie nace filósofo, con su cabeza en las nubes de las Ideas, sino en el mundo sensorial de los objetos físicos. Inicialmente, nuestra experiencia del mundo es de los objetos físicos, cambiantes e inestables. Aunque no sean Ideas, guardan una semejanza con ellas y sirven como punto de partida en nuestro camino hacia las mismas. Sabrán que Platón creía en el metempsicosis, que dice que en el momento de la muerte el alma se transmigra a otro cuerpo que está por nacer. El punto es que el alma, en vidas anteriores, había visto las Ideas, y que en la presente vida el pensamiento recupera poco a poco esos recuerdos. El impacto de las cosas físicas en la experiencia junto con el razonamiento es lo que inicia ese proceso de recuperación.
Platón es muy dado a la metáfora de la vista en estas discusiones ontológicas y epistemológicas, de modo que podríamos decir que cuando uno experimenta un objeto, digamos un caballo, ve perfectamente el objeto físico, pero sólo vislumbra la Idea de Caballo en la que participa. Cuando vislumbramos algo, lo vemos como borroso, tenemos mera opinión, pero cuando lo vemos bien, está claro, y tenemos conocimiento. Uno pasa de un estado mental borroso a uno claro mediante pasos graduados, tal como esas lámparas que tienen un dimmer, donde la luz puede prenderse poco a poco.
Siguiendo esta metáfora, podemos hablar de la ontología de Platón en términos de grados. Cuando dice que las Ideas son lo más real de todo lo que hay, es muy fácil leer la palabra “real” en términos de existencia. Pero para que sea coherente su planteamiento, deberíamos leerla en otro sentido, que podemos ilustrar en este ejemplo que tomo del eminente estudioso de Platón, Gregory Vlastos. ¿Qué diferencia hay entre decir que 1) Los unicornios no son reales, y 2) estas flores no son reales. En la primera afirmación, de lo que se trata es existencia. Los unicornios no son reales en el sentido de que no existen, son ficciones. En la segunda, decir que estas flores de plástico no son reales no quiere decir que no existen sino sólo que no son genuinas, como las naturales.
Es en este sentido que Platón habla de la realidad de las cosas físicas. Tanto éstas como las Ideas existen pero las Ideas son más reales en el mismo sentido, cambiando de metáfora, en que puedo decir que soy más real que mi sombra. Los dos existimos pero soy más real porque la sombra depende de mi. No puede haber sombra sin la cosa de la que es sombra.
Bueno, todo esto del mundo sensible e inteligible, de las cosas físicas y las Ideas, fue para llegar a una definición de ‘filósofo’. Sócrates ha pintado un retrato bonito. El filósofo ama a la verdad, la razón le guía en todo, contempla las Ideas, y es medido y digno, etc. Ojalá más gente fuera así, ¿no? Sin embargo, como vimos en el último vídeo, el filósofo tiene una mala reputación. La sociedad lo considera un bicho raro e inútil. Sócrates lo sabe muy bien, pero dice a Glaucon y Adiemante que la culpa no es del filósofo sino de la sociedad. Defiende esta idea con una de las imágenes más llamativas de La república – El Barco del Estado. Si alguna vez has escuchado el discurso de un candidato político, sabrás muy bien de qué habla Sócrates. Cuenta que el Estado es como un barco. El dueño del barco son todos los ciudadanos. En su conjunto, constituyen una fuerza potente, como un hombre muy alto y fuerte, pero es una fuerza inútil para navegar un barco. Rodeando al dueño son varios marineros, la tripulación. Estos son los políticos. Los marineros luchan entre sí, cada uno tratando de convencer al dueño dejar que él sea el piloto del barco. Si uno va ganando, los demás lo echan por la borda. Finalmente, varios de ellos drogan al dueño (léase, propaganda engañosa) y toman control del barco. El viaje se convierte en una orgía de los intereses nefastos de los que mandan. Mientras tanto, anda en la cubierta un hombre mirando las estrellas y haciendo cálculos. Es el filósofo, desde luego, que la sociedad considera extraño e inútil. A diferencia de los miembros de la tripulación, el filósofo no hace política para tratar y cuidar el cuerpo político de la misma manera que el médico no hace política para cuidar el cuerpo humano. Ojalá la sociedad viera que la política, al igual que la medicina y la navegación, es un arte cuyo objeto exige cierto tipo de conocimiento abstracto que puede parecer extraño.
Entonces, la precaria situación del filósofo frente a la sociedad se debe a que la sociedad no los emplea. Pero también a que los corrompe. El peligro de eso se nota en el primer libro de La república. El diálogo ahí entre Sócrates y Trasímaco no se trataba simplemente de definir justicia sino de una lucha por los almas de Glaucon y Adiemante. Éstos no son cualesquiera jóvenes de la calle. Tienen un espíritu elevado e inquieto, un intelecto fuerte y curioso que aspira a más que lo común y corriente. Dos caminos se abren delante de ellos. En uno está Trasímaco prometiendo la satisfacción de su apetito, y en el otro Sócrates hablando de una vida justa y buena, una salud de mente y cuerpo. Las mismas virtudes que hacen esta segunda opción viable también les hacen susceptibles de los alicientes del poder sociopolítico que ofrece Trasímaco. ¿Les parece extraño que la matricula de facultades de derecho y administración de negocios sea muy superior a la de filosofía? En nuestra sociedad, el discurso de Trasímaco tiene mucho más volumen que el de la filosofía y por tanto corrompe con más facilidad almas como los de Glaucon y Adiemante.
Como final, aunque filósofos juegan un papel marginal en la sociedad, el nombre de filosofía es respetada, por lo que farsantes asumen el nombre de filósofo sin realmente serlo. Son estos impostores los que han dado a los filósofos de verdad una mala reputación porque enseñan tonterías a jóvenes que ni siquiera están listos para la filosofía y que por tanto acaban abusándola.
Frente a todo esto, la ignorancia de la sociedad, los alicientes de poder y riqueza, y los impostores, no extraña que los filósofos de verdad se sientan impotentes. En vez de desgastarse piensan, mejor retirarse a la comodidad y placer de una vida contemplativa solitaria. Entre paréntesis, Platón no estaba contento con quedarse tranquilo en su torre de marfil. Hacia finales de su vida se fue a Siracusa donde el cuñado del Rey Dioniso se convirtió en discípulo suyo. Pero el rey, desconfiando de Platón, lo vendió como esclavo y estaba por morir cuando un admirador compró su libertad. Parece que las palabras que escribió años atrás en La república sobre la relación entre sabiduría y poder fueron bastante proféticos.
Ahora, todo lo que hemos visto en éste y el último vídeo ha sido una digresión. Si te acuerdas, Sócrates había hablado de la educación de la clase guerrera y que de ella había que escoger los guardianes, los que mandarán en la ciudad. Serán probados para asegurar que tengan las características de un filósofo, amante del conocimiento y la sabiduría, alguien guiado por la razón en su contemplación de las Ideas, etc. En los dos libros que siguen, Sócrates habla del contenido de esas pruebas, del conocimiento que tienen que alcanzar.
Volviendo a nuestra distinción entre los mundos sensibles e inteligibles, podríamos decir que Sócrates empezó este largo diálogo en el mundo sensible, con los tres personajes que vimos en el primer libro. Poco a poco, ha llevado sus interlocutores a alturas más y más elevadas. Ahora, en el libro VI, estamos plenamente en el aire enrarecido del mundo inteligible. En otras palabras, estamos en los picos de los alpes. Si de repente te encontraras en semejante lugar, sería muy difícil respirar porque no estás acostumbrado a ello. Necesitarías una ayuda. De igual manera, Glaucon y Adiemante no están acostumbrados al mundo tan abstracto que Sócrates está por revelar, por lo que, a pesar de su rechazo de los artistas y poetas, Sócrates recurre precisamente a imágenes poéticas, de las más llamativas que hay en toda la historia de la filosofía, para apoyar el acenso de sus interlocutores.
Ahora, uno pensaría que el conocimiento más excelso e importante para los guardianes sería conocimiento de la justicia. Pues resulta que no, hay algo más importante aun. Ya vimos que hay una jerarquía ontológica y epistemológica entre el mundo sensible y el inteligible, pero en el mundo inteligible de las Ideas también hay jerarquía. La doctrina de las Ideas dice que si dos o más cosas comparten algo en común, entonces ese algo corresponde a una Idea. Dos caballos, por ejemplo, uno físico y uno pintado, comparten la Idea de caballo. Pero esto se aplica también a las Ideas mismas. Si dos Ideas comparten algo en común, hay una superior a las dos a la que ese algo corresponde. Las Ideas de ciudad y de hombre, por ejemplo, comparten así en la Idea superior de justicia, porque tanto los hombres como las ciudades pueden ser justos. La pregunta entonces es si todas las Ideas comparten algo en común. Sí, dice Sócrates, es la Idea del Bien.
El bien es el fin de todo esfuerzo, el objeto de toda aspiración. ¿Por qué le preocupa a Sócrates la cuestión de la justicia? Porque quiere vivir bien y hacerlo en una sociedad que lo posibilita. Sus reflexiones y afirmaciones, por juguetonas que a veces puedan parecer, no son vanas. Van siempre dirigidas a la idea de que hay un bien absoluto, de que el hombre tiene un fin principal. Conocer ese fin, ese bien del hombre, es fundamental. Es la idea de hecho en su famosa afirmación de que “la virtud es el conocimiento”. Todo en el mundo tiene una función, incluso el hombre. Puede cumplir esa función si tiene virtud. En el caso del hombre, esa virtud es el conocimiento, más que nada el conocimiento del bien.
Todo eso suena bastante natural, que hacemos todo pensando en algún bien. ¿Pero qué es el bien? ¿Cuál es el fin del hombre? Por todo su formidable intelecto, Sócrates nunca llegó a poner el dedo en la llaga. Nunca esclareció la naturaleza del bien en sí mismo. En el último tramo de nuestro recorrido, veremos la sublime e inspiradora respuesta de su alumno, Platón.
Como siempre excelente
Gracias Luis 🙂
.
Pienso que, de alguna manera, la filosofía nos condena a la soledad.
Gracias de nuevo por tus enseñanzas, profesor Darin.
Muy agradecido por todo el esfuerzo y la entrega para realizar el proyecto de La Fonda Filosófica, felicitaciones.
Gracias Gustavo!