Hoy la dialéctica del amo y el esclavo, ¡comenzando con una lucha a vida o muerte!
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La dialéctica de Hegel tiene lugar en diferentes escalas: a veces en medio de un solo párrafo, entre las partes de capítulos, entre los capítulos mismos y entre diferentes secciones o divisiones enteras del libro mismo. Ahora estamos presenciando uno de los grandes giros de la dialéctica: entre la sección sobre la conciencia (los primeros tres capítulos) y la de la autoconciencia (el cuarto). Hasta ahora, la conciencia se ha centrado en objetos en el mundo, tratándolos de forma teórica. Ahora pasa a fijarse en sí misma, el sujeto, relacionándose con el mundo de los objetos no de forma teórica sino práctica. ¿Por qué práctica? Les cuento un anécdota para explicarlo. Hace tiempo contraté a una señorita para pasar una vez a la semana a hacer limpieza en mi casa. Cuando llegaba a casa en la noche, encontraba que nada estaba en su lugar. Al limpiar, ella también ordenaba las cosas, poniéndolas donde le parecía bien. Entonces, me encontraba con un entorno ajeno y extraño y pasaba media hora poniendo las cosas donde yo las quería, para que mi casa fuera no simplemente una estructura con objetos, sino mi hogar. Pues la casa de la autoconciencia, por así decirlo, es todo el mundo de su experiencia. Donde yo organizaba objetos, la autoconciencia los determina, para usar la terminología de Hegel. De la misma manera que yo quiero llegar a casa a verme reflejado en el entorno, o sea, ver objetos relacionados entre sí de tal manera que satisfacen mis deseos, necesidades y gustos, la autoconciencia quiere verse reflejado en todo el mundo de su experiencia, todo familiar y conocido porque ha sido determinado por ella misma. Si encuentra algo en su mundo que aparece como un otro, determinado de forma ajena, la conciencia lo tiene que dominar o apropiar para determinarlo para la conciencia. Esa palabra “para” es importante. En el mundo, no hay cosas en sí, sino sólo para la conciencia.
Lo que vemos aquí es un movimiento de la autoconciencia al objeto en el mundo, la apropiación o determinación del objeto, y el retorno a sí misma ya segura de su certeza. Este movimiento, como vimos en el último vídeo, Hegel lo llama “deseo”. El deseo se cree absoluto e independiente; no tolera que haya algo que no esté determinado por él, algo que rete su independencia. Sin embargo, si superara o apropiara todo lo ajeno, el deseo dejaría de ser lo que es. El deseo es ese movimiento de negar la independencia del otro. La negación o determinación del otro no es un medio a un fin, sino que es el fin mismo, es la razón de ser del deseo. Todos hemos tenido la experiencia de desear algo, ir a comprarlo, y poco tiempo después sentirnos aburridos con el objeto, y vamos nuevamente a la compra de un nuevo objeto de deseo. El punto no es la consecución de objetos, sino la consecución misma. Esto es la idea tras esta famosa imagen de Barbara Kruger que dice “Compro, luego soy”.
Volviendo a la autoconciencia, pues se encuentra en una curiosa situación. Su identidad consiste en afirmar su independencia, que sea absoluta, pero esa independencia implica, paradójicamente, su dependencia sobre el otro. Si éste desapareciera, el movimiento que es el deseo ya no podría darse. En esto hay una clara contradicción, una de la que el deseo no se da cuenta. Pero un día se topa con un objeto diferente de los demás, uno que no es pasivo, sino activo, un objeto que es precisamente otro deseo por ahí, uno que también se cree absoluto.
La famosa y breve sección sobre el amo y el esclavo empieza en la p. 95. En el último vídeo y en éste he referido a esta sección como la del amo y el esclavo, ya que todo el mundo lo conoce así, pero la verdad es que es incorrecto. La frase en alemán es “Herrschaft und Knechtschaft” que la edición que estamos leyendo traduce como dominación y servidumbre, pero que yo voy a llamar señorío y servidumbre. Lo importante es que no se trata de un esclavo sino de un siervo. Hay una diferencia importante que explicaré más adelante.
Bueno, antes de entrar en escenario estos dos deseos que van a enfrentarse, Hegel, como de costumbre, dirige unas palabras al público, a nosotros observadores. La primera cosa que dice es: “La autoconciencia es en y para sí en cuanto que y porque es en sí y para sí para otra autoconciencia; es decir, sólo es en cuanto se la reconoce”. Si te acuerdas, varios vídeos atrás hablamos del ser en sí, para sí, y en y para sí. Un ser en sí es sólo potencial, como el roble implícito en la bellota. Un ser en y para sí es explícito y actual, completamente manifiesto. La autoconciencia ya está llegando a ese punto. Al principio, como vimos en el último vídeo, la autoconciencia experimenta sí misma de forma inmediata pero meramente formal, la tautología sin movimiento del Yo = Yo. En un segundo momento, para comprobar y hacer actual esta unidad consigo mismo, se pone en movimiento, el movimiento del deseo que consiste en la negación de objetos externos. Pero como vimos, el deseo no encuentra satisfacción de esta manera ya que, al negar al otro, al objeto, vuelve la necesidad de que haya otro objeto para negar y así sucesivamente. El problema, dice Hegel, es la relación negativa que guarda con el objeto. Gracias a ella, cada negación produce nuevamente el objeto, y también el deseo, un deseo en constantemente movimiento sin satisfacción. Sólo puede lograr satisfacción, dice Hegel, “en cuanto que este objeto mismo cumple en él la negación”. ¿Qué tipo de objeto podría hacer eso? Otra autoconciencia. La autoconciencia sólo alcanza su satisfacción en otra autoconciencia.
Imagínate que andas paseando en el campo, disfrutando el paisaje, los árboles, el canto de los pájaros, los olores, etc., como si todo estuviera arreglado ahí para tu goce. De repente, aparece otra persona paseando también y cambia por completo tu experiencia. Hasta ese momento, te sentías independiente, tranquilo y unido con el entorno, pero ahora es como si la naturaleza se hubiera desgarrado en el lugar donde está esa persona. Aun cuando mires por otro lado, es como si esa otra autoconciencia fuera un agujero negro chupando toda tu atención. Antes de que apareciera, tú eras un deseo consumiendo objetos, constituyéndote como el centro y fundamento del mundo. Con su aparición, ya hay otro centro de deseo haciendo lo mismo que tú. Es como si esta otra autoconciencia fuera un espejo en el que ves a ti mismo, y en efecto Hegel dice que, al toparse con otra autoconciencia, la primera sale fuera de sí misma, y lo mismo para la otra. Dice: “El movimiento es, por tanto, sencillamente el movimiento duplicado de ambas autoconciencias. Cada una de ellas ve a la otra hacer lo mismo que ella hace”. Cada una es consciente de la otra en una dinámica parecida a dos espejos reflejándose hacia el infinito. Yo te veo, tú me ves, yo te veo viéndome, yo te veo viéndome verte, y así sucesivamente.
Entonces, ¿qué sucede? ¿cómo reaccionan estos dos deseos el uno al otro? Hegel dice: “La autoconciencia es primeramente ser para sí simple, igual-a-sí-misma, por la exclusión de sí de todo otro; su esencia y su objeto absoluto es para ella el Yo”. Esto es egoísmo total. El pronombre “Yo” tiene un uso exclusivo, o sea, sólo yo lo puedo usar. Cualquier otro no es para mí un yo, sino un tú. Obviamente, la otra autoconciencia piensa lo mismo. Cada una siente amenazada su “yoeidad”, su propia identidad. Para conservarla, hay que negar ese otro.
¿Alguna vez has tratado de hacer que un niño de 2 ó 3 años de edad comparta un juguete con otro niño? Casi imposible ¿verdad? Esto se debe, como comentaba Freud, a que el niño empieza la vida regido por las pulsiones del inconsciente, puro principio de placer, o deseo. De hecho, la palabra para deseo en alemán es Begierde, la raíz de la cual es Gier, que significa “avaricia”. El niño es un egoísta total; quiere todo para sí mismo. Pues ésta es la postura de la autoconciencia; el deseo que le impulsa es como la tiránica codicia del niño de que todo responda a sus necesidades.
Si has leído el Leviatán de Hobbes, a lo mejor has relacionado su descripción del encuentro de personas en el estado de naturaleza con el encuentro de las dos autoconciencias de Hegel. La gente en el cuento de Hobbes son egoístas también, regidos por su apetito, pero se dan cuenta rápidamente que esto los pone en conflicto con otros. Para que no correr el peligro de una guerra y de posiblemente morir, emplean su razón, la cual les lleva a hacer un contrato entre sí para establecer la paz.
En el mundo hobbesiano, el hombre no aprende, no crece – pues ya es autosuficiente; sólo ve la forma de promover sus deseos. El modelo psicológico que explica su conducta es el de apetito y razón, la razón viendo cómo satisfacer deseos. En el mundo hegeliano, el hombre (o la conciencia) está cada rato transformándose, topándose con limitaciones y cambiando de perspectiva. Su perspectiva ahora es la del deseo egoísta, pero veremos que no es tan sencillo satisfacer su deseo a través de un pacto político con el otro. Su psicología es más compleja. Veamos por qué.
Hegel dice: “Cada una de ellas [las autoconciencias] está bien cierta de sí misma, pero no de la otra, por lo que su propia certeza de sí no tiene todavía ninguna verdad, pues su verdad sólo estaría en que su propio ser para sí se presentase ante ella como objeto autosuficiente”. La forma de lograr esta verdad dice Hegel es “al ponerse a prueba a sí mismas y la una en la otra mediante una lucha a vida o muerte”. Aquí llegamos a la famosa lucha que plantea Hegel, y uno podría pensar que la finalidad de semejante lucha sería que una muriera para que la otra volviera a ser el jefe absoluto de su experiencia. Pero no es así. El punto de la lucha no es simplemente el de eliminar un problema objetivo allá fuera, a saber, la existencia de la otra autoconciencia, sino también el de eliminar un problema interno, a saber, la duda con respecto a la absoluta independencia de uno. La autoconciencia se siente cierto de ello, pero necesita demostrarlo a sí mismo. Sentirte seguro de tu nivel académico es una cosa, pero otra es saberlo de verdad mediante una prueba, un examen. La lucha de vida o muerte es ese examen para la autoconciencia. Dice Hegel que ninguna de las dos ha “ejecutado el movimiento de la abstracción absoluta consistente en aniquilar todo ser inmediato para ser solamente el ser puramente negativo de la conciencia igual a sí misma”. ¿A qué está igual la conciencia? ¿A ser hombre o mujer, a su trabajo, a su edad. ¿Puede la conciencia reducirse a su estatus social, las cosas que ha comprado, a sus relaciones sociales, como ser padre, amigo, o jefe? No. No está condicionada por ninguna de esos hecho contingentes. No depende de ninguno de ellos. En su radical independencia es pura negatividad, igual sólo a sí misma. ¿Te has preguntado alguna vez por qué ese famoso libro de Sartre se llama “El ser y la nada”? Pues toma la idea directamente de Hegel. La conciencia para Sartre no es ninguna cosa específica o determinada, sino que es la pura actividad de negación y en eso estriba su radical libertad.
Bueno, volviendo a Hegel, esto es lo que quiere decir con eso del “movimiento de abstracción absoluta”. Si la conciencia quiere probar la verdad de su independencia absoluta, tiene que abstraer de todo aquello que lo condicione como algo determinado. La autoconciencia tiene que manifestarse a la otra autoconciencia, dice Hegel, “como abstracción pura, [lo cual] consiste en mostrarse como negación pura de su modo objetivo o en mostrar que no está vinculado a ninguna existencia determinada, [ni siquiera] a la vida”. ¡Ni siquiera a la vida! Si uno tratara de matar al otro de lejos con un rifle de alto calibre, pues lo mata, pero se sentiría avergonzado por no tener haber tenido el valor de hacerlo de frente arriesgándose la vida. La cobardía que la vergüenza señala muestra el hecho de que uno no es totalmente libre, sino que depende de o es condicionado por algo contingente, aun cuando esa cosa sea la propia vida. De hecho, es por eso que en la literatura y en las películas el héroe siempre es aquél que actúa de tal manera que haga manifiesta su libertad, su valor como ser humano en tanto ser humano, no en tanto dueño de bienes o poseedor de ciertos privilegios. A todos nos ha tocado actuar de esta forma en algún momento u otro. Hace muchos años, yo defendí a un colega que algunos con posición de poder estaban tratando de correr de la facultad. Yo todavía no tenía una posición segura en la universidad, entonces me arriesgaba en lo que hice. Después de la reunión un compañero me dijo: “Darin, ¿qué haces? cálmate. ¡Esto no es una película de Hollywood! No dije nada en ese momento, pero luego pensé “Sí, la vida es en efecto una película de Hollywood. De otra forma, no valdría la pena vivirse”. O sea, si todos sólo buscaran la forma de asegurar sus intereses mezquinos a costo de su libertad como agente moral, no seríamos más que animales. Seríamos meros hombres hobbesianos.
A diferencia del análisis costo/beneficio que hace la razón de ese animal, el hombre hegeliano no es sólo apetito y razón, sino también cuenta con lo que Platón llamaba “thymos”, aquella parte del ser humano capaz de indignarse, que busca el honor y el respeto a través de actos en los que demuestra su valor y por tanto su dignidad. El escritor C. S. Lewis ha descrito hombres que carecen de ese valor como “hombres sin pecho”. Simplemente matar al otro no basta para la autoconciencia. Tiene que hacerlo de tal forma que la verdad de su independencia quede demostrada, y eso lo puede hacer sólo con el pecho, arriesgándose la vida.
Bueno, pues empieza la lucha, pero muy pronto se dan cuenta de que si cualquiera de los dos muere, el otro no habrá ganado lo que esperaba. Dice Hegel: “Este ponerse a prueba por medio de la muerte supera precisamente la verdad que de él debiera surgir”. ¿Por qué? Porque matar al otro es tratarlo como cualquiera de los demás objetos que uno ha determinado con su deseo. Lo aniquila, lo consume, lo come, lo compra, lo que sea, y luego, inevitablemente, surge el deseo de nuevo. Nunca queda satisfecho, cosa que todos hemos experimentado. Si la autoconciencia trata al otro como una mera presencia o existencia, verá al matarlo que su ausencia es realmente el problema, porque esa ausencia es lo que suscita al deseo a una nueva conquista. Lo que realmente está en juego aquí, lo que realmente representa un reto a la autoconciencia, no es la presencia del otro, sino su agencia o deseo, o sea, su capacidad de determinar su experiencia. El acto de matar al otro no determina su deseo, sino sólo lo elimina y, como hemos visto, el deseo del primero queda insatisfecho. Si realmente quiere satisface su deseo, tiene que lograr que el otro deseo determine a sí mismo como determinado por el primer deseo. En resumidas cuentas, el deseo no desea la muerte del otro, sino que desea el deseo del otro, desea que el otro lo reconozca. El paso de la postura del deseo a la postura del reconocimiento da un giro a la maquinaria dialéctica introduciendo una nueva dinámica que resultará no en la muerte de uno, sino en una peculiar relación entre los dos, uno como señor y el otro como siervo, tema que veremos en el próximo vídeo.
Es un gusto saludarte carNal, graCias por compartir tu saber y tu entender, y te informo que ya me chute un año de la carrera de Filosofía e Historia de las Ideas en la UACM; eXcelente día, un abraZo.
Saludos Vicente y suerte con los estudios!
Nos pasamos la vida buscando el ser reconocidos por el otro. Reconocimiento sin el cual no somos. Estas ideas que los psicoanalistas comprobamos diariamente, en nuestra experiencia subjetiva y en el dis curso de nuestros pacientes, ya las formuló Hegel hace dos siglos. Qué bien que lo trasmitís Darin. Muchas gracias por poder aprender de tu capacidad didáctica genial.
Graciela Santos
Buenos Aires
Sí, es impresionante lo que logró ver ese señor. En el próximo vídeo las cosas se van a poner más interesantes aun!
Hola Darin,
Me sentí descrito por Hegel cuando mencionas el deseo que se cree absoluto. Así era de niño y de joven: un individuo persiguiendo su objetivo guiado por su deseo sin importar nada más. Un día conocí a una chica e igual mi deseo me guío hacia ella y con su trato de pronto mi conciencia cambió, había ya otra conciencia en mi conciencia que me sonreía y en la mía, el deseo de hacerla feliz incluso como conciencia de un principio: el de que su felicidad era primero que la mía- cosa que aceptaba sin replicar en mi conciencia. El deseo ya no era absoluto sino un deseo que deseaba acompañarse del otro y ello traía sufrimiento cuando en mi conciencia creía que ella no era feliz. Un día todo acabó. Supongo que Hegel se estará riendo de mí desde su tumba con esta cursi historia, pero después de escucharte no pude dejar de recordar aquellos días de intensa conciencia para, y autoconciencia.
Saludos y gracias Darin,
Paris
Vaya recuerdo! Pues las cosas se van a poner mucho más interesantes en el próximo vídeo, seguro recordarás muchas cosas más de tu vida!
Darín:
¿Existe posibilidad de trascender esta postura?
Saludos
gabriela
Claro que sí. Lo veremos en el próximo vídeo.
Hola Darin!
Me entusiasmo la lectura qué haces de Hegel!! Por fin alguien que le de otra vuelta mas!! Muchas gracias
Buenas tardes Darin!
Te quiero preguntar si conoces más libros a parte de “La unidad de la fenomenología del espíritu de Hegel”, puesto que hasta hace un par de días terminé de leer la Fenomenología, en la primera edición en español, sexta reimpresión, y para serte sincero, no entendí mucho y sólo he conseguido entender como tú lo explicas, pero los otros apartados, como “la ilustración” se me hicieron bastante difíciles, al igual que “la religión”; entonces ¿mientras subes el otro vídeo, puedes recomendar otro texto, libro o, documento por favor?
Muchas gracias,
Saludos desde Colombia.
Hola Steve. Es que no he visto mucho en español al respecto, y la verdad yo me apoyo en textos en inglés, que hay muchos. Aunque hay un clásico que sí en están en español: “Introducción a la lectura de Hegel” de Kojeve.
Realmente siempre me impresiona su narrativa y análisis, profesor Darin, gracias por compatir su conocimiento.
Gracias a ti Lisandro 🙂
Hola Darín
Este tramo me ha resultado superficial y falto de toda inspiración. Con ejemplos que rozan la banalidad, Hegel ha perdido aquí -y para mi, claro- toda su mística y su deseo de encontrar el Sistema Absoluto. Comprendo que es solo mi interpretación, pero el 10/18 es la primera gran frustración desde que comenzamos este viaje. Veremos que sucede en el próximo video
Hola Darín,
Me gustaría que me aclarases si la “autoconciencia duplicada” (que pasará a ejemplificarse con el Señor y el Siervo) es en realidad el enfrentamiento entre dos autoconciencias independientes o bien un conflicto interno dentro de la autoconciencia, una y única, que está realizando su experiencia (Ciencia de la experiencia de la conciencia, es el subtítulo). ¿Se puede entender ese conflicto del desdoblamiento de la autoconciencia como la lucha interna de la autoconciencia que quiere vivir y escoge la Vida y al mismo tiempo quiere la Libertad respecto de la Vida misma, no quiere ser un “mero ser viviente”? O bien hay que entender que aquí surge realmente otra autoconciencia, ajena e independiente de la primera y con la posibilidad que haya de hecho una multiplicidad de autoconciencias. Muchas gracias y una vez más enhorabuena por tu labor.
Pere.
Hola Pere. En el texto donde Hegel menciona eso de la duplicación de la autoconciencia está planteando la estructura lógica de la dinámica que veremos a continación entre dos autoconciencias reales y distintas. Muchas veces en el texto habla Hegel en un tono “entre nos”, dando una vista previa a nosotros observadores fenomenológicos de la acción por venir. Sin duda, uno puede relacionarse consigo mismo, como si fuera dos yoes, pero Hegel dice concretamente que “La autoconciencia es para una autoconciencia”. Es decir, la estructura lógica de la autoconciencia en términos de una sola, tiene que haber dos distintas.
Hola, profesor.
Quisiera saber cuál libro usa para citar o referenciar su intervención. ¿Gredos, Fondo de Cultura Económica, etc?
Hola Hugo. La de FCE con la traducción revisada por Gustavo Leyva.