Terminamos nuestra lecture de El ser y la nada volviendo a un análisis de la libertad, su alcance, y la posibilidad de una vida auténtica.
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(En el vídeo digo que es la novena parte, pero me equivoqué, sólo son 8).
Por muy populares que sean filósofos como Zizek y Byung-Chul Han hoy en día, es inconcebible que en su funeral salgan 50,000 personas a la calle a seguir el cortejo cómo sucedió cuando Sartre dejó este mundo. Aunque tiene tiempo que su pensamiento pasó de moda en la academia, su relevancia para el mundo real, el mundo de panaderos y bomberos, oficinistas y taxistas, nunca pasará a un segundo plano. ¿Por qué? Porque su tema era la libertad humana. En todo lo que escribió, analizaba, defendía y afirmaba en algún grado u otro la libertad humana, un tema de especial resonancia quizá para los franceses quienes en la Segunda Guerra Mundial se encontraban con la necesidad existencial de tomar una decisión con respecto a la ocupación de su país por los nazis: someterse o resistir; ser esclavos o ser hombres libres. Sin embargo, no hace falta una guerra para apreciar la relevancia de la libertad en la vida humana. El genio de Sartre, tanto en sus obras filosóficas como en las literarias, consistía en mostrarnos que nuestra libertad, en todo momento, está en cuestión. Todos nos encontramos en situaciones en las que hay que tomar decisiones y actuar. ¿Huiremos de la libertad con mala fe, o la aceptaremos con responsabilidad y autenticidad? Hoy, terminando nuestra lectura de El ser y la nada, veremos en qué medida Sartre ve posible esta segunda opción.
Sartre dice que el ser humano es absolutamente libre, de hecho condenado a ser libre. La base de esa afirmación radica en la naturaleza de la conciencia, en su actividad nihilizadora. A diferencia de la opacidad del ser-en-sí, de su plenitud y positividad, la conciencia es traslúcida, una nada efímera que nunca logra asentarse en una simple identidad consigo misma ya que, cualquiera que sea el objeto del que está consciente, está consciente de no ser esa cosa, de no ser ninguna cosa.
Sin embargo, la conciencia no existe en un vacío. Cómo la famosa paloma de Kant que vio que no puede volar en un espacio puro sin la fricción del aire y el peso de la gravedad, la conciencia vive encarnada en un cuerpo entre facticidades que no eligió, tentada por la mala fe y cosificada por la mirada del otro. ¿No constituyen todas esas cosas obstáculos a la total libertad que afirma Sartre? Veamos su respuesta.
Sartre inicia la cuarta y última parte de El ser y la nada analizando nuestros actos y la posibilidad de que sean determinados por factores ajenos a la voluntad de uno. Esto es lo que los deterministas dicen, que todo efecto tiene una causa y así sucesivamente hacia atrás, lo cual deja por fuera el libre albedrío.
Pues, imagínate que recibes un 60 en un examen en la escuela. ¿Qué harías, cómo reaccionarías? A lo mejor te daría pena y la nota baja te motivaría a estudiar más y ponerte las pilas. Éste es un modo común de hablar, decir que la calificación es lo que causa estas reacciones. Sin embargo, es equivocado. La nota en sí misma es una positividad, un simple hecho. Puede motivar una acción sólo si la conciencia, o sea tú, introduce una negatividad, por ejemplo, “no es suficiente, debe ser mayor”. El deseo de conocer bien el tema y de tener el respeto de tus compañeros son negatividades que, junto con la positividad de la nota, está a la base de la acción y hace que sea libre. Dice Sartre: “Ningún estado de hecho . . . es susceptible de motivar por sí mismo ninguna acción. Pues una acción es una proyección del para-sí hacia algo que no es”. Podríamos decir, entonces, que el sentido de aquello que es, un hecho actual, depende de lo que no es. La sensación de hambre es un hecho, pero no significa que vayas necesariamente a un restaurante a comer. Si estás a dieta, tu cuerpo más delgado, que no es, que no existe, provoca una acción de resistencia frente al hambre, en vez de una acción para satisfacerlo. El simple hecho del hambre es insuficiente para dar cuenta de la acción – requiere además de la negatividad de tu cuerpo más delgado, una negatividad que viene de ti, de tu libertad.
Lo que el determinismo presupone es que las cosas en el mundo sean suficientes en su causalidad, pero Sartre no lo ve así. Para él, constituimos el mundo que experimentamos. Un ejemplo muy llamativo de esto es esa famosa imagen de pato-conejo, o de una mujer joven y vieja a la vez. Estos dibujos están compuestos de líneas muy claras, son objetos fuera de la conciencia que sin embargo no cuentan con la información en sí mismas necesaria para determinar si vemos el pato o el conejo, la joven o la viejita. Eso lo aporta la conciencia.
Pues con esto debe estar claro que mis acciones o reacciones son una función no del estado de cosas en el mundo, sino del sentido que les doy. Pero seguramente hay otras maneras en que mi libertad está limitada. Puedo cambiar el peso de mi cuerpo pero no puedo agregar cuarenta centímetros a mi estatura. Si soy bajo, soy bajo. Sartre dice que las cosas tienen lo que llama una “coeficiente de adversidad”, es decir, que se nos presentan cómo obstáculos con diferentes grados de resistencia al cumplimiento de nuestros proyectos. Si mi intención o deseo es jugar básquetbol profesionalmente, pareciera que mi libertad ahí se ve limitada. Sin embargo, Sartre no se rinde. Dice: “De suerte que las resistencias que la libertad devela en lo existente, lejos de constituir para ella un peligro, no hacen sino permitirle surgir como libertad”. Esto expresa la idea de la paloma de Kant que puede volar sólo si hay resistencia. Si uno jamás encontrara obstáculos a la satisfacción de sus deseos e intenciones, si cada elección que tomara resultara inmediatamente en la satisfacción, no se podría decir propiamente que elige, sino que simplemente desea y goce, casi cómo el infinito Dios que sólo tiene que concebir algo para que exista. Sartre dice que toda elección es una elección de finitud, por lo que, si la libertad es la libertad de elección, sólo seres finitos que no lo tienen todo pueden ser libres. Es la propia resistencia que uno encuentra en su experiencia lo que resalta la libertad y hace uno consciente de ella.
Cómo vimos, Sartre dice que la conciencia es absolutamente libre, sin embargo, en cierto sentido reconoce que no la es. Uno no puede elegir volar al aletear sus brazos, por ejemplo. Dice que si entendemos la libertad empíricamente, como “obtener lo que se ha querido”, podemos encontrar muchos casos de una limitación a la libertad. Pero si la entendemos filosóficamente, lo relevante no es la obtención de algo sino, cómo dice Sartre, “determinarse a querer por sí mismo”, es decir, elegir de forma autónoma. Este último es la libertad entendida ontológicamente, y no simplemente óntica o empíricamente.
De esta manera, podemos tratar quizá el ejemplo más extremo de una restricción a la libertad, a saber, el de ser esclavo. Sartre afirma textualmente que “el esclavo en sus cadenas es tan libre como su amo”. ¿Tan libre? ¿De veras? Sartre reconoce claramente que no es cuestión del esclavo obteniendo las riquezas de su amo; de eso el esclavo sólo puede soñar con poseerlas. Pero eso no es el punto. La libertad que le interesa a Sartre, la que hace que el esclavo y el amo sean equivalentes, es la libertad ontológica. En este sentido, la libertad del esclavo consiste simple y sencillamente en la autonomía de elección. ¿Y qué puede elegir? Dice Sartre: “El esclavo en sus cadenas es libre para romperlas; esto significa que el sentido mismo de sus cadenas le aparecerá a la luz del fin que haya elegido: continuar siendo esclavo o arriesgarse a lo peor para liberarse de la servidumbre”. En este sentido, podemos decir que los franceses en la ocupación eran tan libres cómo los nazis que lo ocupaban.
Sartre habla del esclavo en una larga discusión de lo que llama “la situación”. Dice: “No soy nunca libre sino en situación”. Antes, dijimos que la conciencia no existe en un vacío, sino en un mundo fáctico. Sin embargo, la facticidad por un lado y la conciencia por el otro no son suficientes para dar cuenta de, por ejemplo, la libertad que los franceses, al menos algunos, ejercían en la ocupación. Cómo vimos, aquello que es ajeno a la conciencia no es suficiente para dar cuenta de la experiencia de la conciencia, de ver o un pato o un conejo. Dice Sartre: “La situación . . . No puede considerarse como el libre efecto de una libertad o como el conjunto de constricciones que sufro: proviene de la iluminación de la constricción por la libertad que le da su sentido de constricción”. Vemos aquí que la situación es lo que resulta de la confrontación entre la conciencia y su facticidad. De esta manera, la conciencia puede encontrarse en diferentes situaciones dependiendo de cómo enfrenta la facticidad que se presenta. Tomemos como ejemplo Amelia Earhart y el Océano Atlántico. Sube a su avión y empieza a volar sobre esa inmensa facticidad. Ésa es su situación particular. Pero es importante ver que esta situación no se reduce a la facticidad, a la extensión del mar, a las corrientes de aire y a su destreza cómo piloto, ya que, si se hubiera sentado en un acantilado a pintar el mar, esos elementos fácticos se desvanecerían y otros tomarían su lugar, a saber, cosas como el color del mar, y el efecto de la luz sobre su superficie. Mismo objeto, misma persona, pero diferentes situaciones debido a un cambio en el proyecto. Dice Sartre: “La realidad humana encuentra doquiera resistencias y obstáculos que no ha creado ella, pero esos obstáculos y esas resistencias no tienen sentido sino en y por la libre elección que la realidad humana es”.
El tema hasta ahora ha sido la acción, y lo que Sartre sostiene es que en el fondo, ontológicamente, nuestros actos son libres porque el sentido que tienen lo damos nosotros en términos de nuestros deseos y proyectos. Pero tenemos muchos y diversos deseos, ¿no? Deseo de comer un chocolate, ver una película, nadar en el lago, ser maestro de filosofía, entre muchos más. Si también deseo bajar de peso, ¿qué pasa con ese deseo de comer el chocolate? ¿Somos simplemente una bola de deseos desordenados en conflicto o hay deseos más profundos y rectores que otros? En su Ética, Aristóteles explica la acción humana en términos de medios y fines. Hay muchas cosas que hacemos como medio a un fin. Voy a clase para cumplir con el plan de estudios de mi facultad, para luego poder graduar, y eso para conseguir un trabajo, para ganar dinero, para comprar cosas, para, para, para. . . Estos “para” tienen que parar en algún momento en un fin que no es un medio más. Para Aristóteles, ese fin es la felicidad o eudamonia, lo cual orienta y da sentido a todas las cosas que hacemos en la vida. Entre todos nuestros deseos, es el más fundamental.
En Sartre encontramos algo semejante, sólo que el deseo o proyecto fundamental no es ser feliz, sino ser Dios. Para entender esa extravagante afirmación, tenemos que hablar de las tres palabras que forman el título de esta cuarta parte del libro, a saber, tener, hacer y ser. El primero de su dos capítulos se llama “Ser y Hacer: la Libertad”. Ése es el tema que hemos tratado hasta ahora, la acción o el hacer y cómo lo que hacemos, en su situación particular, es libre y no determinado por la facticidad. Recordemos cómo Sartre caracterizaba al ser de la conciencia: es lo que no es, y no es lo que es. Antes de que Amelia Earhart despegara, su ser consistía en algo que no existía todavía, en ser lo que había proyectado – una aviadora que voló sobre el Atlántico, y al mismo tiempo no era el cúmulo de datos biográficos que en ese momento constituían la totalidad de su pasado. Éste es el extraño ser de la conciencia, una nada efímera que, en su negación de los hechos, de lo que es el caso, se desliza en un constante movimiento que huye del pasado hacia un futuro inexistente.
El ser de la conciencia, del para-sí, y su libertad, es el tema del primer capítulo. En el segundo capítulo, pasa del ser al tener. Ontológicamente, actuamos en el mundo con referencia a una meta o proyecto libremente elegido. En este sentido, la acción o el hacer encierra la libertad del ser, pero también encierra la seguridad del tener. ¿De qué manera? Cómo vimos en la primera parte del libro, la radical libertad de la conciencia es angustiante porque implica que tomemos responsabilidad por nuestros actos, por nuestra vida. Si somos libres, no podemos echar la culpa. Sin embargo, eso es precisamente lo que hacemos, y tiene un nombre – la mala fe. Nuestro deseo siempre se proyecta hacia algo definido: ser buen alumno, ser padre, ser aviadora, en pocas palabras, a un ser-en-sí. Al mismo tiempo que el deseo tiende hacia el ser, tiende hacia el tener, queriendo identificarse con el en-sí cuya realización ha planteado libremente. El término que Sartre utiliza es poseer. La conciencia quiere poseer la cosa o el atributo que realiza con su acción, identificándose con él, pero al mismo tiempo quiere permanecer consciente y libre. Lo que quiere es ser para-sí y en-sí al mismo tiempo, un en-sí-para-sí. Sartre dice: “El posible es proyectado en general como aquello que le falta al para-sí para convertirse en en-sí-para-sí [lo cual es] el ideal de una conciencia que fuera fundamento de su propio ser-en-sí . . . A este ideal se le puede llamar Dios”. El hombre, dice Sartre, es el ser que proyecta ser Dios, y este proyecto, este deseo, es el más fundamental de todos.
El deseo de ser Dios no trata de ser omnipotente y omnisciente, cómo el Dios cristiano, sino ser un Ens causa sui, una frase latina que significa ser causa de sí mismo. Recuerda que la conciencia siempre está en movimiento, negando lo que es y proyectando lo que no es, huyéndose del ser de las cosas al tiempo que está en constante búsqueda del ser. En otras palabras, está siempre en camino pero nunca llega un destino final. Nuestro más profundo deseo, dice Sartre, es que esta búsqueda termine coincidiendo con el ser, que termine en la simple identidad de sí consigo misma. Y al mismo tiempo, cómo dije, queremos permanecer conscientes y libres. Sartre compara este intento con la pasión de Cristo, con la conversión de Dios en la persona de Cristo que se sacrifica en la cruz para que la humanidad renazca. Pasión, cómo sabemos, quiere decir sufrimiento, y la conciencia tiene su propia pasión. Su deseo, dice Sartre, es sacrificar a su humanidad, a aquello que lo hace libre, no para que renazca, sino para que Dios exista en el sentido de ser un ser que sea su propio fundamento – un Ens causa sui. Sartre dice, famosamente, que el hombre es, en este sentido, una pasión inútil. Inútil porque la meta de esta pasión, la de ser un en-sí-para-sí, es contradictoria. Es contradictoria porque un ser que para-sí fuera un en-sí sería un ser dividido porque estaría consciente de su ser-en-sí, lo tendría cómo objeto, viéndolo. Pero aquello que es dividido no puede ser simplemente en-sí porque el ser-en-sí se caracteriza por la total identidad. Un Dios como Ens causa sui puede darse en los castillos que teólogos construyen en el aire, pero en la dimensión humana, no. Sin embargo, es nuestro deseo más fundamental, y dado que es un deseo que no puede satisfacerse, es por eso que Sartre llama al hombre una pasión inútil.
A lo mejor te parezca difícil reconocer lo que Sartre describe aquí cómo tú proyecto fundamental en la vida. Lo que ves son tus planes de estudiar, graduarte, trabajar, casarse, etc. ¿Dónde está eso de querer ser Dios? No es un objetivo conscientemente planteado, sino más bien una profunda estructura de la realidad humana que se manifiesta en la vida cotidiana. En el último vídeo, vimos la dinámica de la mirada del otro y cómo conduce a relaciones conflictivas con los que nos rodean. Intentamos controlar la libertad del otro al someterla a la nuestra, sin embargo, al mismo tiempo queremos, y de hecho necesitamos, que el que intentamos controlar permanezca libre en tanto persona. A diferencia de una cosa inerte, necesitamos que nos reconozca. ¿Te suena familiar eso? Es la misma dinámica contradictoria e imposible de querer ser Dios, un ser en-sí-para-sí.
En el vídeo sobre la mala fe, comentamos una nota a pie de página donde Sartre menciona la posibilidad de escapar de la mala fe. Dice que supondría una recuperación del ser que era previamente corrompido, una recuperación que llama la autenticidad. En el último párrafo del libro, vuelve a mencionar esa recuperación pero dice que una respuesta a esta cuestión no puede darse en un estudio ontológico cómo el que hace aquí en El ser y la nada, sino sólo en un plano ético. En la última oración del libro, promete tratar el tema en una obra a futuro.
Pues, Sartre nunca escribió ese libro sobre ética, pero sí tomó muchas notas sobre el tema, las cuales se publicaron póstumamente en 1983 con el título Cuadernos por una moral. Con base en éste y otros escritos, podemos hacernos una idea de una posible salida.
Antes que nada, la meta es pasar de la mala fe a la buena fe, a una vida auténtica. Esto implica, cómo vimos en esa nota al pie, una recuperación del ser que se había corrompido. Es muy llamativa la semejanza con la narrativa cristiana del pecado original que tiene que ser redimido para que el ser humano viva como debe de ser. Es como si todo lo que hemos leído aquí en El ser y la nada sobre el infierno que son los otros, el miserable conflicto interpersonal, fuera la condición natural del ser humano, una condición enferma que tiene que ser sanada o salvada. Es interesante la etimología de la palabra “auténtico”. Viene del griego – authentikos – que significa principal o genuino. La vida no auténtica, entonces, es una vida derivada, secundaria y falsa, falsa porque en la mala fe uno huye de su propia libertad, escondiéndose en la regla, la norma o la naturaleza de un cosa o un rol.
Está claro que el cambio o conversión a una vida auténtica implica el rechazo del proyecto de ser Dios y la aceptación de un proyecto que abrace la libertad. Curiosamente, en el texto de El ser y la nada, Sartre habla de una actividad en la que ésa es la meta, a saber, el juego. El juego, dice, “en oposición al espíritu de seriedad, parece la actitud menos posesiva, pues quita a lo real su realidad”. Con esto quiere decir que en el juego uno actúa de acuerdo con reglas y una dinámica no impuestas de forma ajena, por el mundo real allá afuera, sino por uno mismo. Sartre dice, “El acto tiene por función manifestar y presentificar ante sí misma a la libertad absoluta que es el propio ser de la persona”. El juego no tiene fin ulterior; el punto es vivir la libertad al gozar de un hacer guiado por un mismo. Este tipo de hacer es distinto de obrar de acuerdo con el proyecto de ser Dios. Su fundamento y su meta es la libertad, no la libertad de otro ni la cosificación del ser-en-sí.
¿Podemos dejar el proyecto de ser Dios y cambiar radicalmente al de un proyecto como él del juego? Para hacerlo, uno tendría que ser capaz de pararse y reflexionar profundamente sobre su vida y sobre el camino que lleva. Una distinción que hace en su Cuadernos por una moral puede ayudar. Ahí distingue entre una reflexión “cómplice” y una purificadora. La primera se refiere a un tipo de reflexión o razonamiento que en otro contexto ha sido llamado instrumental, uno que se centra en una consideración de los medios para alcanzar ciertos fines. Si uno llega a sentirse estresado y frustrado, van mal su relaciones personales, si se siente en ese famoso infierno que son los otros, puede pararse a reflexionar sobre los medios que ha elegido y hacer ajustes y cambios al respecto. Sin embargo, esta reflexión “cómplice” no dará resultados significativamente mejores ya que el proyecto sigue siendo el mismo, el de ser Dios. De hecho, en el texto Sartre introduce lo que llama el psicoanálisis existencial (distinto de la versión freudiana y de la psicología tradicional) donde el analista puede ayudar a uno a analizar los elementos de su vida y sus relaciones para poner en relieve la futilidad de sus diversos proyectos bajo la guía de él de ser Dios. Viendo el panorama, se espera que uno pueda centrarse en y re-evaluar ese proyecto fundamental. Esta reflexión Sartre la llama la reflexión purificadora. El resultado puede ser una conversión radical a otro proyecto fundamental, uno que tomara cómo su valor básico la libertad propia como vimos en el acto de jugar.
Semejante cambio es difícil porque la libertad es difícil. Ser libre significa estar en movimiento, bailando entre lo que uno es y lo que todavía no es, un baile que nunca llega a pararse en una condición estática de identidad. Una vida libre es una vida dinámica, una vida que al aterrizar por el otro lado del Atlántico disfruta el logro pero no descansa en él – está pensando en el siguiente proyecto, en el siguiente vuelo, o quizá piense en cambiar el juego por completo. Una vida auténtica es cómo el juego de malabares. Las bolitas que uno va tirando no pueden parar su tránsito por el aire. Uno tiene que seguir tirándolas y en cada momento existe la posibilidad de un error, de un desliz, y da miedo pero al mismo tiempo da placer porque este juego es uno que uno plantea a sí mismo. Si de repente uno agarra una de las bolitas y no la suelta, queriendo la seguridad de poseerla, las demás caen al suelo y el juego se acabó.
Empecé esta serie sobre El ser y la nada porque se me hizo que lo que dice sobre la libertad es justo lo que necesitamos ahora en nuestro momento histórico. En una entrevista Sartre dice que los franceses nunca se sentían tan libres cómo durante la ocupación de los Nazis. Pues hoy tenemos muchas cosas que nos ocupan. Cómo los franceses, enfrentamos el odioso espectro del fascismo que levanta nuevamente su cabeza. Y enfrentamos también otras cosas, cosas enormes como el cambio climático y una pandemia. Por su tamaño y complejidad, nos resulta más fácil responder, en mala fe, que no hay nada que puedo hacer. Nos resulta más fácil escondernos tras un rol, una postura o un “ismo”.
Tengo una colección de ensayos de Sartre sobre estética y ahí aparece la siguiente afirmación: “Only the guy who isn’t rowing has time to rock the boat”. No lo he encontrado publicado en español, pero la traducción sería: “Sólo él que no está remando tiene tiempo para agitar la lancha”. Literalmente, agitar la lancha significa moverla de un lado a otro, cosa que es peligrosa porque así puede entrar agua y hundirse. Figurativamente, quiere decir perturbar una situación, desestabilizarla. En inglés se dice “Don’t rock the boat” – “No agites las cosas” o sea “Lleva la fiesta en paz”. Entonces, la frase puede interpretarse cómo queriendo decir que todos deberían estar echando la mano, cooperando para que las cosas vayan adelante. Y él que no, pues tiene tiempo para echar las cosas por abajo, es un malo, un agitador. Sin embargo, se me hace que lo que Sartre quiere decir es el contrario. Justo lo que hace falta es parar lo que estamos haciendo, tomar tiempo para reflexionar sobre la dirección en que estamos remando. ¿Es una actividad de cooperación o de seguir ciegamente al de en frente como un rebaño? A lo mejor el infierno en que nos encontramos se deba a que nuestra meta, nuestro proyecto, esté mal, que nos esté llevando hacia una catarata. En ese caso, harían falta más agitadores, más gente que se dé el tiempo para una reflexión profunda y el valor de un cambio radical, convirtiendo esa pasión inútil en una pasión por una vida libre.
Excelente trabajo colega .Detallado y con uso de ejemplos didácticos acertados.
Asunto no fácil en el campo de la Filosofía,disciplina teórica de necesaria abstracción
Gracias Hugo!
Gracias por sintetizar esa obra tan compleja en términos comprensibles sin perder por ello el rigor intelectual.
Hola Profesor Darin, seguimos avanzando, gracias por el desarrollo. Saludos
Estimado Profesor
Cómo siempre excelente análisis y además muy pedagógico. Creo que faltan actualmente pensadores de la talla de Sartre.Incluso los que son parcialmente críticos con el Sistema son funcionales a éste.
Un gran abrazo
Saludos
Gracias Miguel 🙂
Estimado Darin,
Muchas gracias por el regalo. Como siempre, ha sido una magnífica presentación del Ser y la Nada. He disfrutado mucho y clarificado muchas Ideas. Sin tu ayuda hubiera sido casi imposible.
Una pregunta: en este último video haces referencia al Psicoanálisis existencial de Sartre como diferente al freudiano. Quería saber, si tienes conocimiento, de si esta forma de terapia se aplica no sólo en el plano filosófico sino en el plano empírico-clínico, en algún lugar de México o de los Estados Unidos.
Muchas gracias.
Un abrazo
Hola Juan. Claro, hay todo un movimiento. Eric Fromm escribió un libro de 1976 que se llama ¿Tener o ser? (siguiendo a Sartre). “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl es otro ejemplo. Checa este sitio para más información (perdón, está en inglés): https://en.wikipedia.org/wiki/Existential_therapy
Hola profesor,
Muchas gracias por estos vídeos tan didácticos e interesante sobre este tema tan apasionante y complejo como es la libertad y acercarnos la figura de Sartre y su obra “El ser y la nada”. Es un placer estar en la fonda y disfrutar de sus platos.
Si lo he entendido correctamente, una vida libre pasa por no ser lo que uno es y ser lo que aún no es. Por tanto, la libertad se puede entender como la posibilidad de proyectar sobre la realidad lo que deber ser en forma de modelo y tratar de materializarlo, evaluándolo, fijando unos objetivos, poniendo unos medios para alcanzar unos fines y, posteriormente, desarrollar acciones que nos conduzcan a los resultados esperados tras realizar el esfuerzo necesario mediante la voluntad. En este sentido la acción libre es local, es momentánea, y remite a un sujeto que la realiza y se ve y se vive mientras acontece.
Pero, ¿Qué pasa con la transición, en el entremedio, mientras no se ha finalizado el proceso de dejar de ser lo que uno es para ser lo que aún no es? ¿Y si en vez de concebir la naturaleza en términos de movimiento, se la concibe a partir de factores de correlación y se reflexiona más la libertad en base a fenómenos de proceso y de transformación?
Así, se podría considerar la transformación liberadora como global, progresiva y continua, que se desarrolla continuamente en forma de proceso y procede discretamente por influencia de manera envolvente. Por ello, de la transformación sólo se ven los resultados una vez obtenidos. De esta manera la libertad se encuentra no como resultado de la aplicación de un modelo sino como el descubrimiento en esa realidad de propensiones, inclinaciones y pendientes que se pueden detectar y aprovechar.
Por ello, desde esta óptica, la libertad no consistirá en modelizar y proyectar primero, para aplicar después, sino más bien escuchar, evaluar, acompañar y desarrollar los potenciales de situación. No actuar, sino ser actuado. No forzar: secundar. No perseguir directamente un objetivo, sino explotar una propensión, esperar un efecto. Porque los efectos están contenidos en ella. La iniciativa no proviene de ningún sujeto, sino de la situación: la ola de fondo.
A diferencia de la metáfora del sacudir el bote o remar que propones en el vídeo se trataría de surfear una ola: no se trata de someter y sujetar, sino de ir juntos hacia el mismo sitio. Dejarse llevar. El mundo sólo es resistencia y obstáculo desde la óptica del control. Lo decisivo se juega siempre antes. En la escucha atenta a los factores facilitadores, en el desarrollo del proceso, en el cuidado atento de las situaciones, en el acompañamiento discreto de los potenciales. Lo visible no es siempre lo más interesante haciendo que lo esencial sea invisible a los ojos.
Finalmente, considero que se puede entender la libertad tanto como el instinto vital básico sin el cuál la vida no es posible (orientación a un fin), pero también podemos entenderla como el “Ens causa sui” que llena toda la realidad y que sin ser visible posibilita todas las transformaciones vitales. En definitiva, para mí, a diferencia de Sartre, el infierno no son los otros. Más bien creo que son nuestra salvación, ya que sin su existencia mi libertad y, por ello, mi propia vida no sería posible. En el fondo, si uno lo medita bien, no hay un otro y un yo, pues es en la medida que existen los otros puedo reconocer mi propia esencia en ellos y, al mismo tiempo, mi existencia es posible gracias a que los otros son y están conmigo. Formamos un todo. Esa creo que es la base de una vida auténtica
Saludos,
Joan
Hola Joan. Gracias por tu reflexión. Más tarde en su “Crítica de la razón dialéctica” creo que Sartre se acerca a la posición que comentas al final de tu comentario.
Todo esto es enormemente interesante. Si cada quien pusiera sobre la mesa su situación existencial y los aprietos en que se encuentra… y saliese a la luz cuál es la esperanza que provoca esa situación dramática… hasta dónde llegaríamos?
Creo que estos encuentros efímeros en la Fonda tienen su valor. Uno regresa a su casa sin haber podido discutir el tema con nadie. Entonces la energía no se pierde en palabrería. Para qué buscar un protagonismo en las ideas si ya se es protagonista de la propia vida? Tal vez uno busca seguridad, oírse a sí mismo para luego pisar fuerte. Tentación de ser autor en vez de protagonista. Por otro lado la tentación de no arriesgar un decir incompleto.
Me alegro que te haya gustado Federico 🙂
Profesor, ¿que significa “no-tético”? Como en: …”mi facticidad no-teticamente vivida”…
Hola Diego. No-tético quiere decir algo así cómo “sin tesis”, sin un objeto directo al que uno dirige la conciencia. Es un estado de conciencia pre-reflexiva, cómo la diferencia entre oír y escuchar.
Gracias, profesor, por sintetizar esa obra tan compleja en términos comprensibles sin perder por ello el rigor intelectual.
De nada Víctor, gracias a ti 🙂
Hola Maestro:
Excelente vídeo y colección sobre Sartre. Mis agradecimientos y felicitaciones.
Un saludo desde España,
Javier
Maestro,
gracias por tomarte no solo tanto tiempo para reflexionar sino además, tiempo para compartir tus conocimientos y pensamientos. Tu pasión no es inútil (que el gran Sartre me perdone).
Saludos desde España.
Muchas gracias Maite!