Hoy vemos la primera parte del libro de Stirner, su análisis dialéctica de la psicología humana, las civilizaciones antiguas y modernas, y las tres clases de liberalismo: político, social y humanitario.
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Música de la intro: La canción se llama “Ambience Musettienne” del album Simply Musette de Alexa Sage.
Música de la outro: ZAPATEADITO OAXAQUEÑO II . Arodi Martinez S. https://www.youtube.com/watch?v=qIcnUTBSOfw
En algún escrito suyo, Jean-Jacques Rousseau comenta que un animal, al cabo de unos meses de nacer, es lo mismo que será toda su vida; el hombre, en cambio, es el único animal sujeto a degenerar en imbécil. Me encanta esa cita, me da mucha risa, porque es cierta, no hay perros imbéciles sino sólo seres humanos imbéciles. Bueno, hay algunas excepciones. Por ejemplo, hay un parásito que se mete en el cerebro del ratón que de alguna manera hace que no tenga miedo de los gatos. Vi un vídeo donde un ratón así caminó directamente hacia un gato, el cual obviamente lo mató y lo comió. De esta manera, el parásito llega a los intestinos del gato donde encuentra lo que necesita para crecer y propagarse.
Así que, de vez en cuando los ratones degeneran en imbéciles, por así decirlo, pero eso no es nada comparado con los seres humanos. La imbecilidad es casi nuestro estado natural. Hay una cita de Goethe que siempre me ha gustado. Dice: “No es necesario visitar un manicomio para encontrar mentes desordenadas; nuestro planeta pues es el psiquiátrico del universo”. Y el mismo Max Stirner dice: “No creas que bromeo o que hablo metafóricamente cuando declaro radicalmente locos, locos de manicomio, (…) a casi toda la humanidad”. ¿De qué trastorno han sucumbido? El agente de nuestro mal no es ningún parásito ahí en el entorno sino una criatura inmaterial – una idea en la cabeza. El parásito le quita al ratón su autonomía, y la idea hace lo mismo con respecto a la del ser humano; le enajena de sus intereses propios haciendo que sirva los intereses de otro. Si un epidemiólogo estudia las causas de las enfermedades del cuerpo, quizá podríamos decir que Max Stirner es un epidemiólogo del espíritu. Su objeto de análisis es la experiencia humana, la cual la aborda no de forma empírica, lo cual sería apropiado para el cuerpo, sino de forma dialéctica. La experiencia humana no es estática sino que evoluciona, tomando diferentes formas en una dinámica dialéctica la cual toma obviamente de Hegel.
En la primera parte del libro, analiza la experiencia en tres ámbitos distintos: psicológico, histórico, y sociopolítico. En cada uno de estos ámbitos el análisis parte de un estado inicial que Stirner caracteriza como realista, lo cual da paso a otro estado que es idealista, y como final, lo que correspondería a la síntesis hegeliana, un último estado que es egoísta. Los primeros dos estados corresponden generalmente al pasado y al presente. El último estado, el egoísmo, es la propuesta de Stirner y corresponde al futuro. No lo trata con detalle hasta la segunda parte del libro.
Bueno, empecemos con el ámbito psicológico para ver cómo opera todo esto. Hay tres etapas: la niñez, la juventud o adolescencia, y la adultez. La niñez es caracterizada por el realismo ya que la atención de los niños está centrada en el mundo físico a su alrededor, a las cosas que perciben y con las cuales interactúan. Parte de su realidad son sus padres quienes ponen reglas y castigan sus infracciones. A ningún niño le gusta eso; trata de combatirlo pero pronto se da cuenta que no puede manipular sus padres como puede manipular una piedra o cualquier otro objeto físico. Aquí vemos cómo un estado determinado no es suficiente, que contiene elementos para su propia superación, su cambio dialéctico a otro estado. En este caso, el niño deja de centrarse en el mundo exterior y descubre el mundo interior, su mente. Se da cuenta que cualidades interiores como la astucia y el valor pueden hacer frente con los poderes externos que van en su contra. Dice Stirner que hasta entonces el niño sólo había mirado al mundo sin verlo, es decir, sin verlo con inteligencia. Dice: “El joven no se adhiere ya a las cosas, sino que procura aprehender los pensamientos que esas cosas encubren; así, por ejemplo, cesa de acumular confusamente en su cabeza los hechos y las fechas de la historia, para esforzarse en penetrar su espíritu”. El joven entonces percibe el mundo exterior y también el interior, las cosas y los pensamientos que tiene sobre las cosas, comparando el uno con el otro y dándose cuenta de que las cosas no alcanzan la perfección de los pensamientos. De esta manera ve el mundo externo como defectuoso; le falta ser mejorado por sus ideas. En fin, las ideas son poderosas, y así el individuo pasa del realismo de la niñez al idealismo de la juventud.
Este maravilloso mundo del espíritu que el joven ahora habita le parece una liberación, sin embargo, se encuentra nuevamente en una posición de debilidad y servidumbre. ¿Por qué? Pues aunque el joven sea espíritu, no es un espíritu perfecto. No lo sabe todo, y por tanto su razón le reclama, debe investigar; y tampoco es una ser perfecto en sus actos, por lo que su consciencia moral le reclama. Se trata de alcanzar los ideales que sus pensamientos encierran: la verdad, la humanidad, la libertad etc. Curiosamente la consciencia y la razón han tomado el lugar de sus padres – el joven sigue sometido.
El último estado es la adultez, ser hombre. Dice Stirner: “El niño era realista, embarazado por las cosas de este mundo, hasta que llegó poco a poco a penetrar detrás de ellas. El joven es idealista, todo ocupado en sus pensamientos, hasta el día en que llega a ser hombre hecho, hombre egoísta que no persigue a través de las cosas y los pensamientos más que el gozo de su corazón, y pone por encima de todo su interés personal”. El hombre no abandona lo espiritual sino que re-encuentra su corporalidad, su existencia de carne y hueso, y busca satisfacción para la totalidad de su existencia. Lo que dice sobre el egoísmo al final de esta sección es sumamente escueto; de hecho, podría prestarse a una interpretación muy banal y superficial. Lo comenta aquí para señalar que las deficiencias de los primeros dos estados tiene una solución, sólo que hay que esperar hasta la segunda parte del libro para entenderla plenamente.
Del desarrollo del individuo, Stirner pasa al otro extremo a analizar el desarrollo de civilizaciones enteras. En el resto de la primera parte del libro analiza dos épocas históricas: la antigüedad y la modernidad o, lo que es lo mismo para él, la época cristiana. Hablando en términos raciales Stirner nos dice que el período negro representa la antigüedad. Con eso hace referencia a los antiguos egipcios y los reinos del norte de África. En el panorama de la historia humana, la antigüedad corresponde a la niñez. Como el niño, los antiguos se centraban en el mundo natural y material que les rodeaba por lo que su época se caracteriza por el realismo. Nos dice Stirner que valoraban la patria, el entierro de muertos, y los lazos de familia. Más adelante habla de esta época como “los siglos de dependencia frente a los objetos (comidas de los pollos sagrados, vuelo de las aves, estornudo, trueno y relámpagos, murmullo de los árboles, etc.)”. Lo que está pintando aquí es una cultura tribal. Aun cuando tuvieran dioses, estos no trascendían al mundo, como en el cristianismo, sino que eran de orden animista (el murmullo de los árboles). E incluso en la muy sofisticada cultura egipcia sus dioses eran de fenómenos que veían a su alrededor – el disco solar por ejemplo.
¿Qué pasa con esta época antigua? Dice Stirner: “La historia de la humanidad, que se halla, propiamente hablando, en la historia de la raza caucásica, parece haber recorrido hasta el presente dos períodos: al primero, durante el cual tuvimos que despojarnos de nuestra original naturaleza negra, sucedió el período mongol (chino), al que habrá igualmente que poner un fin violento”. Lo que dice aquí es patentemente racista. Como la niñez tiene que superarse para que uno llegue a ser adulto, los negros (que no son más que niños) tienen que quedarse atrás en la marcha histórica, al igual que el mundo de Oriente. Además, su argumento es muy flojo tanto histórico como filosóficamente. En ninguna parte menciona la India, aunque 25 años atrás Schopenhauer ya había incorporado en su obra maestra lo que había aprendido de sus lecturas de los Upanishad y el Bhagavad Gita. Y si pensaba que los jeroglíficos no eran más que bonitos dibujos juveniles, más de 20 años atrás ya habían sido descodificados, revelando una resplandeciente cultura mucho más sofisticada que eso de comer pollos sagrados y temer los truenos y relámpagos. En fin, su conocimiento de la antigüedad era muy pobre. Más que nada se apoyaba en las “Lecciones sobre la filosofía de la historia universal” de Hegel repitiendo no sólo su estructura conceptual sino los propios prejuicios de Hegel, por ejemplo, Hegel describía África como ‘la tierra de la niñez’ donde la humanidad ‘no ha progresado más allá de una existencia meramente sensual’.
Además de estos problemas, está el defecto filosófico que Marx señala en su crítica de Stirner. Lo que Stirner dice sobre la antigüedad es muy escueto, casi sin datos empíricos. Pero eso no importa dice Marx porque sólo sirve de pretexto para el desarrollo conceptual, el concepto principal aquí siendo el ‘realismo’. Recuerda que el niño y los antiguos abordan el mundo de forma realista, fijándose en los objetos exteriores. Implícito en la crítica de Marx es que Stirner no estudia los negros por sí mismos como objeto serio de investigación, sino que le interesan solamente como portador o disfraz del ‘realismo’. Marx llama el libro de Stirner un Geistergeschichte – una historia de espíritus o fantasmas donde los individuos y los datos concretos sólo sirven como vehículos para las ideas o fantasmas del realismo, el idealismo y el egoísmo. En esto, según Marx, Stirner es hipócrita, cometiendo el mismo error que crítica, a saber, descuidando fenómenos concretos a favor de conceptos abstractos. De hecho, la larguísima sección de la Ideología alemana donde lo critica se llama “San Max”. ¿Por qué? Porque en la medida en que se centra en ideas abstractas y no en cosas concretas, no es otro que un idealista, atrapado en la esfera de los ‘sagrado’.
Bueno, volviendo a su argumento, Stirner dice que el giro dialéctico que da paso al idealismo empieza en Grecia Antigua con los sofistas. Grecia Antigua está en la cúspide del mundo antiguo y el moderno porque fue ahí con los sofistas que la mente fue descubierta. Los sofistas no usaban la fuerza de su cuerpo para salir adelante sino la de su mente – “la flexibilidad dialéctica, la destreza oratoria, el arte de la controversia” nos cuenta Stirner. “Reconocen, pues, en el espíritu la verdadera arma del hombre contra el mundo”. La mente se emplea no tanto para descubrir o controlar el mundo sino para hacer frente con el, incluso para escapar de el como vemos en las enseñanzas de los estoicos y los epicúreos. La ruptura más decisiva la vemos con los escépticos quienes no encuentran verdad alguna en el mundo.
En la historia de las civilizaciones pasamos así del mundo al espíritu, del realismo al idealismo, de los antiguos a los modernos. La nomenclatura de Stirner nos resulta extraña ya que pensamos en la antigüedad como muy allá atrás y la modernidad como reciente, empezando con Descartes para acá, y entre los dos está el inicio del cristianismo con los largos siglos de la Edad Oscura y la Edad Media. Para Stirner, no extraña nada que nos extrañe porque pensamos en la modernidad y la Ilustración como una ruptura con la dominación y la superstición de la Iglesia pero para él es una continuación y de hecho una intensificación de esa dominación.
Entonces, tenemos el nacimiento de Cristo, el inicio del cristianismo y el desarrollo de la Iglesia Católica, la cual pone énfasis en lo espiritual. Devalúa este mundo, viéndolo como transitorio frente al mundo divino por venir. En su texto Stirner pone mucho énfasis en la Reformación, la cual introdujo el Protestantismo. Los Protestantes protestaban precisamente contra la corrupción de la Iglesia Católica y sus curas que buscaban poder y riqueza. Veían la Reformación como una ruptura con todo eso, pero Stirner lo ve como una intensificación. Sí, se acabó la venta de indulgencias, lo cual está bien, pero algo peor tomó su lugar. En el catolicismo, el individuo se relacionaba con Dios por el intermediario del sacerdote, y sí, eso se prestaba a abusos. Pero peor en el Protestantismo porque ahora el individuo está en una relación directa con Dios. Cada hombre es su propio sacerdote.
Dice Stirner: “El protestantismo ha organizado propiamente en el hombre un verdadero servicio de ‘policía oculta’. El espía, el vigilante ‘conciencia’, vigila cada movimiento del espíritu y todo gesto; todo pensamiento es a sus ojos un ‘asunto de conciencia’, es decir, un asunto de policía. Es esta excisión del hombre en ‘instintos naturales’ y ‘conciencia’ (canalla interior y policía interior) lo que forma al protestante”.
El sacerdote católico se ha convertido en la conciencia del protestante de la cual uno no puede escapar. El católico accede a Dios por medio de algo concreto en el mundo, el sacerdote, pero el protestante accede a través del espíritu, ese fenómeno tan etérea e invisible como el mismo Dios. En el campo político vemos algo parecido. Las monarquías empiezan a dar paso a los parlamentos, el rey a la ley o el estado de derecho, lo cual no es una cosa existente sino una idea etérea. Los estoicos y los escépticos del mundo helénico se retiraban del mundo; los modernos no, ellos buscaban transformar el mundo, espiritualizarlo al hacer que se alineara con las ideas mentales.
De esta manera, llegamos en el texto a la tercera sección de la primera parte que trae como título ‘Los Libertados’. Esto hace referencia a ese club en el que participaba Stirner, Die Freien en alemán, o los libres. Por ocupar la tercera sección, se podría pensar que se trate aquí de una síntesis hegeliana, que Feuerbach y compañía hayan transformado la época antigua y la moderna en una nueva, pero no es así. Dice Stirner que los jóvenes hegelianos son los más modernos de los modernos. Los trata en una división aparte porque pertenecen al presente y el presente es lo que más nos interesa.
El siglo XVIII se llama el Siglo de las Luces porque arrojó luz sobre estructuras religiosas y políticas que dominaban al ser humano, a saber, la iglesia y el sistema feudal monárquico. Lo que arrojó esa luz fue la razón. Como dice Kant en su ensayo “¿Qué es la Ilustración?” – “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de algún otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración”.
En pocas palabras, pasamos de Dios a la razón. El liberalismo es la expresión política de esa razón y constituye el tema de esta sección del texto de Stirner. Hay tres tipos de liberalismo que analiza. El liberalismo político que tiene su inicio en la Revolución francesa; el liberalismo social que se refiere a los movimientos socialistas y comunistas en general (no necesariamente de Marx – recuerda que a estas alturas Marx todavía no ha escrito El manifiesto comunista y Capital); y como final el liberalismo humanitario que tiene que ver con el pensamiento de los jóvenes hegelianos, especialmente el de Feuerbach.
Bien, empecemos con el liberalismo político. No extraña nada que la Revolución francesa se dio en 1789, en medio de la Ilustración. Kant instó a la gente a servirse de su propio entendimiento no principalmente para resolver problemas epistemológicos, sino para vivir de forma autónoma y libre, y eso significaba romper con el antiguo régimen monárquico y feudal que se basaba en jerarquías y privilegios. La lema de la revolución fue liberté, egalité, fraternité. Quizá egalité’ o igualdad’ sea el más importante de los tres términos. En vez de que el poder se hallara en la persona del monarca se depositaría en el Estado y las leyes que lo articulan. En semejante estado de derecho todos estarían iguales ante la ley y también libres de hacer todo aquello que no infringiera el derecho de todos los demás de gozar de lo mismo.
Eso suena muy bien, de hecho, es la base ideológica de la democracia actual. ¿Habría quien prefiriera la servidumbre del mundo feudal a esta libertad política? Stirner no es ningún fan del feudalismo, pero el estado moderno tiene su lado oscuro. Dice: “¡Libertad política! ¿Qué se debe entender por eso? ¿Sería la independencia del individuo frente al Estado y sus leyes? De ningún modo; es, al contrario, la sujeción del individuo al Estado y a las leyes del Estado. ¿Por qué, pues, libertad? Porque ningún intermediario se interpone ya entre mí y el Estado, sino que yo estoy directamente en relación con él”. En el mundo feudal, uno no se encontraba en una relación directa con alguna autoridad sino en una red de diversas relaciones mediadas por los gremios, las comunas, el pago del diezmo en la iglesia, etc. La complejidad de estas relaciones creaba recovecos de autonomía en los que el poder político no alcanzaba, no se aplicaba. Imagínate la iglesia gótica del medievo, cómo los vitrales filtran la luz para que ilumine y transforma el interior en múltiples zonas de variados significados. Así, el poder político en el mundo feudal era filtrado o mediado por diversas relaciones e instituciones que proveían a uno cierta autonomía, cierto refugio.
Ahora, imagínate la austeridad de la iglesia protestante, sin adorno y sin vitrales, sino simplemente una ventana transparente. A través de ella uno ve la fuente de la luz, el sol, directamente, sin protección, uno está bañado en ella y no encuentra refugio. Así es el poder político en el Estado moderno para Stirner. La libertad política no significa que uno esté libre del Estado sino que el Estado está libre para dominarle a uno de forma más eficaz. Dice Stirner: “Libertad política y libertad religiosa suponen, la una que el Estado, la polis, es libre, y la otra que la religión es libre, lo mismo que libertad de conciencia supone que la conciencia es libre; ver en ellas mi libertad, mi independencia frente al Estado, la religión, o la conciencia, sería un sinsentido absoluto. No se trata aquí de mi libertad, sino de la libertad de una fuerza que me gobierna y me oprime”.
Ahora bien, el estado de derecho y la igualdad de todos ante la ley elimina sin duda la arbitrariedad del poder y los injustos privilegios, pero lo hace al costo de la homogeneización del pueblo. Los individuos pierden sus particularidades e idiosincrasias y se convierten en ciudadanos, sujetos burgueses que portan derechos. El poder que ejerce el Estado es un poder que obliga al individuo a conformarse a este molde, a convertirse en un buen ciudadano del Estado.
El poder del Estado que Stirner describe se parece mucho al concepto de poder que desarrolló Michel Foucault más de un siglo después – un conjunto de estrategias y técnicas de normalización y disciplina que se ejercen sobre el cuerpo y que son regidas por ideas y normas. Dice Stirner: “¿No hechiza tu espíritu a tu cuerpo, y no es él lo verdadero, lo real, en tanto que tu cuerpo no es más que una ‘apariencia’, algo perecedero y sin valor?” A continuación voy a citar un largo pasaje de Vigilar y castigar de Foucault que el mismo Stirner, si viviera hoy en día, pudo haber escrito. Dice Foucault: “No se debería decir que el alma es una ilusión, o un efecto ideológico. Pero sí que existe, que tiene una realidad, que está producida permanentemente en torno, en la superficie y en el interior del cuerpo por el funcionamiento de un poder que se ejerce sobre aquellos a quienes se castiga, de una manera más general sobre aquellos a quienes se vigila, se educa y corrige, sobre los locos, los niños, los estudiantes, los colonizados, sobre aquellos a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su existencia. Realidad histórica de esa alma, que a diferencia del alma representada por la teología cristiana, no nace culpable y castigable, sino que nace más bien de procedimientos de castigo, de vigilancia, de pena y de coacción . . . Sobre este fenómeno se han construido conceptos diversos y se han delimitado campos de análisis: psique, subjetividad, personalidad, conciencia, etc.; sobre ella se han edificado técnicas y discursos científicos; a partir de ella, se ha dado validez a las reivindicaciones morales del humanismo. Pero no hay que engañarse: no se ha sustituido el alma, ilusión de los teólogos, por un hombre real, objeto de saber, de reflexión filosófica o de intervención técnica. El hombre de que se nos habla y que se nos invita a liberar es ya en sí el efecto de un sometimiento mucho más profundo que él mismo. Un “alma” lo habita y lo conduce a la existencia, que es una pieza en el dominio que el poder ejerce sobre el cuerpo. El alma, efecto e instrumento de una anatomía política; el alma, prisión del cuerpo”.
Es muy llamativo esto. Sócrates hablaba del cuerpo como la prisión del alma, de la vida como el esfuerzo del alma de liberarse del cuerpo. Foucault, de forma ingeniosa, invierte esa relación. Bueno, quizá no tan ingeniosa ya que Stirner lo dijo primero – “¿No hechiza tu espíritu a tu cuerpo, y no es él lo verdadero, lo real, en tanto que tu cuerpo no es más que una ‘apariencia’, algo perecedero y sin valor?” En alemán Mensch significa hombre, pero en el contexto del argumento de Stirner significa hombre con H mayúscula, el concepto de Hombre. En el Estado moderno, semejante Hombre es el buen ciudadano burgués, responsable, trabajador, moral. Stirner emplea el neologismo Unmensch para referirse a todo aquello que es singular en el individuo, que no logra ser disciplinado y moldeado. El Unmensch es lo que valora, frente al liberalismo político que borra las diferencias individuales.
Stirner pasa ahora a otra forma de liberalismo, el liberalismo social. En el liberalismo político, la igualdad era político y legal y además era meramente formal. Había mucha gente en la época de Stirner que decía que la igualdad tenía que ser más concreta y abarcar las esferas sociales y económicas también. A la base de la desigualdad económica estaba la propiedad privada, la cual permitía una explotación sistemática. Entonces, los socialistas querían que la sociedad entera fuera el dueño de la propiedad en vez de determinados individuos, para que la riqueza pudiera distribuirse de forma igualitaria. En el liberalismo político, el enfoque está en el individuo como ciudadano. En el liberalismo social se centra en el individuo como obrero. Debe trabajar no por su propio bien sino por el de la sociedad entera.
El socialista, según Stirner, dice: “¡Somos hombres, hemos nacido libres, y hacia cualquier lado que volvamos los ojos nos vemos reducidos a servidumbre por egoístas! ¿Debemos, pues, nosotros hacernos también egoístas? ¡El cielo nos preserve de ello! Preferimos hacer todo egoísmo imposible, y para eso hacer de todos ‘indigentes’; si nadie tiene nada, todos tendrán”. Hay dos cosas interesantes aquí. Primero, Stirner anticipa una de las críticas que Marx le hace. No hemos hablado de la biografía de Stirner, pero es bastante fácil resumir – fracasó en muchas de las cosas que intentó. Fracasó como maestro, como periodista, como esposo, y como empresario. Según los criterios de la burguesía, fue un fracaso rotundo, y justo eso es el punto de Marx, que su filosofía del egoísmo no es más que un reflejo ideológico de su lucha económica de ser burgués. De hecho, eso es una crítica muy común de los comunistas a los anarquistas, que no son más que portavoces de los pequeños comerciantes que no quieren soltar su propiedad individual. En pocas palabras, para Marx, las ideas de Stirner son poco más que expresiones ideológicas de sus condiciones materiales. Si nos quedáramos sólo con la primera parte de su libro, a lo mejor Marx tendría razón, pero la segunda parte echa por abajo esta crítica en mi opinión. La segunda cosa interesante de la cita es eso que dice de hacer de todos indigentes porque si nadie tiene nada, todos tendrán. Los socialistas hablan mucho de libertad e igualdad, pero para Stirner, detrás de ese discurso hay un disguste, de hecho un resentimiento, de las diferencias individuales. En el liberalismo político, a pesar de todo el lado negativo que comentamos, había al menos la posibilidad en ciertos espacios para la individualidad y la autonomía, a saber, en la propiedad privada, cosa que los socialistas quieren abolir. En vez del Estado, la sociedad se convierte en el agente de dominación, pero no es más que una idea abstracta o, lo que es lo mismo para Stirner, un espectro.
El liberalismo humanitario es la última etapa, la conclusión lógica de esta dialéctica. Para Stirner, es el que mayor control y enajenación efectúa. ¿Por qué? Pues, en las primeras dos formas el Estado y la sociedad son ideas externas que median la experiencia del individuo, y por ello existe cierta distancia entre uno y el ideal que se trata de realizar. Como comentamos, la propiedad privada del liberalismo político proporciona cierta autonomía con respecto al papel de uno como ciudadano. En el liberalismo social, al quedarse abolido la propiedad privada, el individuo podía al menos mantener cierta autonomía en sus pensamientos, refugiado de lo que la sociedad se le exige como obrero. Pero en el liberalismo humanitario, esos refugios desvanecen ya que la idea que le rige a uno es interna – no es el Estado ni la sociedad allá afuera sino la propia humanidad de uno. El pensamiento ya no es un refugio del poder porque constituye el espacio en el que se ejerce. La diferencia individual se borra en el liberalismo humanitario porque hay que identificar la esencia de uno con la humanidad, con todos. El liberal humanitario grita como imperativo: “¡Rechaza lejos de ti todo lo peculiar, que tu crítica lo destruya! No seas ni judío ni cristiano, sé Hombre y nada más que Hombre. Pon tu humanidad por encima de toda especificación limitativa, sé por ella un hombre sin restricción, un ‘hombre libre’; dicho de otro modo, reconoce en la humanidad la esencia determinante de todos tus predicados”. Hoy en día, el discurso sobre los derechos humanos expresa precisamente este humanismo. En un mundo globalizado, somos todos cosmopolitas; las diferencias religiosas, étnicas y nacionales no tienen sentido desde el punto de vista humanitario – todo lo que nos separa debería eliminarse y dar paso a una humanidad universal y globalizado
En la famosa sección 125 de la Gaya ciencia de Nietzsche un loco anda gritando que busca a Dios, pero no lo encuentra. ¿Por qué? El loco grita que Dios ha muerto y que nosotros somos sus asesinos. La parte más llamativa de su discurso no es el hecho de que Dios haya muerto ni lo que implica sino la gran risa que su conducta provoca en la gente reunida ahí en la plaza. Nosotros modernos liberales somos esa gente y Ludwig Feuerbach es el que más se ríe. Diría Feuerbach: “Pero por supuesto que se ha muerto. Yo desmitifiqué todo eso en mi libro sobre la esencia del cristianismo. Dios no es más que una proyección de la esencia del hombre”. Más adelante el narrador de esta sección dice: “Este acontecimiento inaudito aún está en camino y peregrina – aún no se ha adentrado hasta los oídos de los hombres”. ¿Qué significa eso? Pues Feuerbach dice que ha matado a Dios, sin embargo se encuentra atrapado todavía en las categorías metafísicas. Su sofisticado pensamiento moderno no ha superado la religión sino que ha replicado su dinámica metafísica en su concepto del hombre y la humanidad. Lo humano es sólo una forma de reproducir lo divino. Este conocimiento es lo que no ha llegado al oído de los hombres. ¡Pero Nietzsche se equivoca porque sí llegó a los oídos de Stirner, décadas antes de que Nietzsche escribiera ese libro!
¿Conoces el pensamiento de John Gray? A mí me gusta mucho, especialmente su libro Perros de paja. En su libro Siete tipos de ateísmo dice: “El Dios del monoteísmo no murió sino que sólo dejó el escenario un tiempo para luego reaparecer como la humanidad – la especie humana revestida como un agente colectivo persiguiendo su auto-realización en la historia”. Esto y una buena parte de la reflexiones de Gray están directamente inspiradas en el pensamiento de Max Stirner.
Quizá las ideas de Stirner ya estén llegando a nuestros oídos. Hoy en día, el proyecto liberal y neoliberal, la globalización, el discurso de derechos humanos, todo eso está en el aire, está todo en cuestión. El éxito últimamente de la ultraderecha, de Trump, Orbán, Milei, Bolsonaro y demás, ¿no será señal de la locura del proyecto liberal globalizador, de Obama y George Soros, de la Unión Europea y los mega ricos de Davos? Sí, el liberalismo humanitario, la ideología del humanismo, está poco a poco desintegrándose. Pero el discurso de derecha no constituye una mejora ya que envenena las cabeza de la gente con las idea de nación, etnia y Dios. El mundo entero para Stirner es un manicomio regido por ideas que enajenan a los individuos de su propia y única existencia.
En el próximo vídeo pasaremos a la fascinante segunda parte del libro de Stirner, una propuesta que no es ni liberal ni conservador, ni de izquierda ni de derecha, sino, pues, única.
Música de la intro: La canción se llama “Ambience Musettienne” del album Simply Musette de Alexa Sage.
Música de la outro: ZAPATEADITO OAXAQUEÑO II . Arodi Martinez S. https://www.youtube.com/watch?v=qIcnUTBSOfw