Hoy veremos la fascinante historia de cómo un cambio en la escritura en el siglo XII dio paso a la creación de las primeras universidades europeas.
Illich, I., En el viñedo del texto, FCE, México, 2002.
“Text and University: On the Idea and History of a Unique Institution” de Ivan Illich ha sido traducido al español por Jean Robert y publicado como “La custodia de la mirada” en la revista Ixtus, núm. 31, año VIII, México, 2001.
Ong, W., Oralidad y escritura, FCE, México, 2004.
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Si le preguntas a alguien ¿cuál es la diferencia entre nosotros y los hombres medievales del siglo XI? muy probablemente te respondería comentando algo sobre la tecnología, que tenemos coches, aviones, computadoras, y avances médicos que nos dan mayor expectativa de vida. Es una respuesta razonable. Pero nosotros filósofos, más sofisticados, sabemos que es más que eso, que nosotros no somos simplemente hombres medievales volando en aviones. La diferencia, diríamos, estriba en un cambio en el orden de ideas o de cosmovisión. No vemos el mundo de la misma forma que un medieval debido a distintos marcos conceptuales, sean científicos o filosóficos. Sin embargo, a veces la tecnología sí marca la diferencia. En este vídeo, quiero contarles la fascinante historia de la tecnología que llamamos la escritura, específicamente una transformación en cómo la escritura se plasmaba en la página a lo largo de unos tres siglos en el medievo europeo. La culminación de esta transformación hacia finales del siglo XII dejó como resultado una técnica de escritura que posibilitó la formación de las primeras universidades y posteriormente la revolución científica.
Esta historía la tomo de un escrito de Ivan Illich, filósofo austriaco que vivió muchos años en Cuernavaca, México, y cuyo libro más reconocido es La sociedad desescolarizada. El texto en que me baso es un discurso que dio en Alemania en 1991 con el título “Texto y universidad: sobre la idea y la historia de una institución única”. El argumento central de este discurso es una síntesis de un estudio mucho más amplio que llevó a cabo en su libro En el viñedo del texto. Dejo información bibliográfica aquí abajo en la descripción.
Bueno, empezamos nuestra historia en los monasterios europeos de la Temprana Edad Media, o sea, en los cuatro o cinco siglos tras la caída del Imperio Romano. Lo que nos interesa es el papel y la experiencia de la lectura. Antes que nada, lo que se leía era principalmente un solo libro – la Biblia. Siendo la palabra de Dios, le dotaba al lector de la sabiduría necesaria para atravesar este mundo para llegar al siguiente. Es como si la Biblia fuera un mapa cuyas indicaciones hay que seguir para pasar de punto A a punto B. Hoy en día, los mapas de Google hacen eso para nosotros de forma automática. Sacamos el smartphone y tenemos el mapa a la vista. Sin embargo, el monje medieval obviamente no tenía un smartphone ni tampoco su propia Biblia; había sólo uno o dos para cada monasterio. Por tanto, hacía falta una forma de interiorizar o memorizar sus enseñanzas.
El antiguo mundo greco-romano encontró una solución a este problema. Cicerón entre otros hablaban de un palacio de los recuerdos para memorizar un texto o un discurso. Consistía en imaginar un itinerario compuesto de un cierto número de lugares específicos en un entorno familiar (los cuartos de una casa, por ejemplo), e imaginar los conceptos que se quiere recordar como objetos dentro del itinerario imaginado.
Este célebre arte de la memoria es, en la antigüedad, una experiencia casi exclusivamente visual. Tiene que ver con la imaginación, una facultad intelectual. En los primeros siglos del medievo, el carácter visual de la lectura pasó a un segundo plano a favor de un aspecto más auditivo. Nos dice Illich que la metáfora que caracterizaba la actitud hacia el libro era voces paginarum, literalmente “páginas sonoras”. Los monjes no se encerraban en sus celdas a leer la Biblia en silencio, sino que, varias veces al día, se reunían en comunidad para escucharla leída por alguien. Lo interesante es que esta actividad no era nada pasiva, sino todo el contrario.
Primero, el texto que se leía, al menos desde nuestro punto de vista, era bastante indistinto ya que en la mayoría de los casos, como en este ejemplo del siglo IX, no había separación entre las palabras y tampoco había casi nada de puntuación. ¿Por qué no separaban las palabras? Por razones económicas. El PDF del guión de este vídeo tiene una extensión de cuatro páginas y medio. Si hubiera elaborado el texto sin espacios entre las palabras, se habría extendido a sólo tres páginas y medio. Hubiera ahorrado una hoja entera, que para mi no cuesta casi nada, pero cuando se trata de pergamino, sí es significativo. Bueno, Illich llama su libro En el viñedo del texto precisamente porque las líneas del texto se parecían a una enredadera. Una de las acepciones de la palabra “página” en la antigüedad era “hileras de viñedos vinculadas entre sí”. “Las líneas de la página” dice Illich “eran los hilos del enrejado que sostiene las viñas”. Entonces, el lector avanzaba en la lectura como si estuviera en una huerta, cogiendo frutas y probándolas. De hecho, la palabra “leer” en latín (legere) y en el alemán (lesen) connota recoger y juntar leña. Dice Illich que “el acto de leer con los ojos implica una actividad no muy distinta de la búsqueda de leña: los ojos deben escoger las letras del alfabeto y reunirlas en sílabas”.
Esta producción activa de los sonidos, de su ritmo y pausas, hacía falta porque el texto carecía de organización. Aunque es difícil apreciarlo, una buena parte de lo que captamos nosotros al leer un texto hoy en día está codificado en la organización visual del texto. Dice Illich que el “lector moderno concibe la página como una placa que entinta la mente, y la mente como una pantalla sobre la que la página se proyecta y desde la cual, en un vuelo, puede desvanecerse”. En el medievo, esta codificación lo tenía que ser el lector y sus auditores, proceso que fue no tanto intelectual como corporal y motora. Dice Illich que “el lector comprende las líneas moviéndose según su latido, las recuerda recuperando su ritmo, y piensa en ellas como si las colocara en su boca y las masticara”. Mientras el lector leía, los auditores movían sus labios, murmurando lo que escuchaban, y movían sus cuerpos ligeramente de acuerdo con el ritmo de la lectura. De esta manera, “el libro se engullía y digería mediante la cuidadosa atención puesta en los impulsos nerviosos psicomotores que acompañan al aprendizaje de las oraciones”. Luego, trabajando en los diversos labores del monasterio, los monjes ejercería su memoria de músculo para que las oraciones llegaran nuevamente a sus labios y las murmurarían a lo largo del trabajo, consolidando así la lección del libro. Uno de los lugares donde trabajaban era el scriptorium, donde copiaban los textos. Tenemos la idea de que los monasterios eran lugares muy silenciosos, pero no, era todo el contrario. De hecho, en los monasterios de los cistercianos, se prohibía el trabajo de los escribas durante las horas de lo que se llamaba “el gran silencio” precisamente porque era un trabajo bastante ruidoso. Existe un documento que relata un anécdota que ilustra el murmullo constante. Un monje dormía en una celda al lado de la celda del célebre abad de Cluny, Pedro el Venerable. Comenta que en las noches la celda del abad sonaba como una colmena, ya que pasaba horas rumiando y masticando con su murmullo las lecturas del día.
Lo que tenemos en esta fascinante cultura medieval de la lectura es una técnica háptica que se utilizaba para fijar en la carne una secuencia hablada. “Cuando se mece al niño mientras se canta una canción de cuna, cuando los segadores se inclinan al ritmo de una canción de cosecha, cuando el rabino sacude la cabeza mientras reza”, lo que sucede es el “desencadenamiento de una secuencia bien establecida de pautas musculares a la cual están ligadas las emisiones. […] así las frases se graban a derecha e izquierda, adelante y atrás en el tronco y en los miembros, y no sólo en el oído y el ojo. La existencia monástica puede verse como un marco cuidadosamente modelado para la práctica de este tipo de técnicas”.
En la segunda mitad del siglo XII, la base de ese marco sufrió un cambió fundamental. La materia del texto, o sea, las letras latinas y su forma, cambió muy poco. Lo que se transformó fue su organización, la arquitectura en que se plasmaba. El primer cambio fue la separación de las palabras, introducido en el siglo VIII por Beda el Venerable. Posteriormente, la introducción paulatina de capítulos, subtítulos, puntuación, notas al pie, el señalamiento de citas con color distinto al del texto, y otras técnicas – todos estos detalles se reúnen hacia finales del siglo XII, empleándose de forma normal y regular.
Cuando nosotros abrimos un libro, la primera cosa que hacemos es pasar a la tabla de contenidos o al índice analítico. Estas cosas eran novedades hace 800 años. La gente jamás había visto los temas de un libro listados de forma alfabética, y a veces causaba malos entendidos. Como ejemplo, Illich comenta que Alberto Magno pidió disculpas por un índice en el que “leopardo” fue seguido por “leo” alfabéticamente. ¿Cuál fue el problema? Es que el leopardo era un símbolo de la mansedumbre de Cristo, y leo, el león, de su poder. El hecho de que “leopardo” aparecía primero en la lista connotaba, para la mente medieval, su importancia. La intención, sin embargo, no fue intelectual, sino didáctica.
Un último detalle es que las características físicas del propio libro se transformaron también en esta época. El texto ya no se escribía sobre el pergamino, sino en papel, y nuevos métodos de encuadernación lo hacía más pequeño y portátil, y por tanto no tan costoso para producir, por lo que individuos privados podrían adquirirlos.
Con todo, Illich comenta que en esta transformación la página pasó de ser un instrumento acústico a ser un instrumento óptico, lo cual preparó una transición de la lectura monástica a una lectura escolástica. Antes de esta transición, representaciones pictóricas de la lectura muestran a un maestro parado en el púlpito con lo ojos fijados en el texto que lee, mientras que los ojos de los auditores se fijan en los labios del lector. Por cierto, sabemos que la obediencia de un monje a su superior es fundamental. La etimología de “obediencia” es muy interesante. “Ob-“ significa “hacia” y la segunda parte de la palabra proviene del verbo “audire” – escuchar. Obedecer, entonces, significa escuchar con atención. Pues, hacia finales del siglo XII, las representaciones muestran un escenario distinto. Aquí vemos Hugo de San Víctor, cuyo tratado sobre la lectura Illich interpreta en su libro En el viñedo del texto. Ahora los monjes tienen su propio libro que consultan al escuchar al maestro. Vemos lo mismo en esta representación del siglo XIII. El maestro mira el esbozo de su argumento, es decir, la serie de cuestiones, distinciones y respuestas que lo componen, y para seguirlo, para captar su complejo ordinatio, el estudiante requiere simplemente de un apoyo óptico, lo cual encuentra en la arquitectura del libro que está delante de sus ojos.
Uno de los autores en el que sin duda Illich se apoya es Walter Ong, jesuita y filósofo estadounidense. En su célebre libro, Oralidad y escritura, habla entre otras cosas del impacto que la escritura tiene en las formas de pensar. Dice que el aspecto visual que esta nueva arquitectura libresca acentúa se manifiesta en muchas palabras relacionadas con el pensar, como por ejemplo, intuición, teoría, idea, evidencia, especie, especulación, explicar, discernir, insight, perspectiva, entre muchas más. En la cultura libresca, la manera en que pensamos sobre el pensamiento manifiesta una clara tendencia hacia lo visual.
Como comenté al principio, Illich afirma que este paso de lo acústico o lo óptico en la organización del texto era un factor muy importante en el establecimiento de las primeras universidades europeas. Comenta que toda cultura avanzada tiene centros o claustros de estudio, por ejemplo, la madrasa musulmana, la yeshivá judía, los ashram del hinduismo, y el calmecac de los azteca. Sin embargo, las primeras universidades que empezaron a formarse en esta época no cuentan como un ejemplo más de estos claustros, sino un fenómeno aparte. Lo que distingue a la universidad es que logró separar la adquisición del conocimiento de las prácticas ascéticas de auto-disciplina y formación espiritual. Logró esto debido a las transformaciones en el texto que hemos discutido, las cuales crearon un texto visible, organizado, susceptible de leerse en silencio, y accesible por criterios arbitrarios, sean alfabéticos, temáticos, etc. La palabra de Dios que se leía en los monasterios se expresaba en una totalidad en la que teología y liturgia eran indisolublemente unidos. Las innovaciones técnicas desarrolladas en los scriptorium efecto una escisión entre los dos.
A esto agregamos la aparición en el siglo XIII de los primeros órdenes mendicantes quienes rechazaron la vida monástica a favor de una vida fraternal de oración en pequeñas comunidades en los pueblos. Estos órdenes formaban predicadores con base en estas nuevas técnicas, quienes llegaron a constituir una buena parte de los primeros académicos, los que daban lecciones o cátedras en esta nueva institución, el universitas studiorum. Por supuesto, la imprenta de Gutenberg a mediados del siglo XV consolidó y estandarizó estas transformaciones del texto, llevándolo a otro nivel que posibilitó en buena medida la revolución científica y eventualmente los contornos del espacio epistémico que alberga la mente moderna.
La posibilidad de asignar a distintos espacios sociales la tradición del estudio y la del ascetismo, fenómeno que reconocemos hoy en día en la separación entre Estado e Iglesia, ha sido implícito en Occidente sólo desde la fundación de la universidad. Unos 800 años después, Illich dice que nos encontramos ante otro cambio igual de radical que está transformando la relación entre el texto y nosotros lectores modernos. Se refiere a “la pantalla” y el naciente entorno digital. Digo “naciente” porque este discurso lo dio en 1991. Veintiséis años después, mucho ha cambiado. Lo poco que dice al respecto es generalmente negativo, reflejando la opinión de cierto grupo de críticos hoy en día que dicen que Google y la pantalla a la que toda cara parece estar inclinada nos han hecho flojos y pasivos. Sin embargo, ninguna tecnología es uniformemente buena o mala. Hay que analizar tanto la amenaza como la promesa de la lectura digital y lo que implica para el futuro de la ya vieja institución de la universidad.
Muchas Gracias Sr. Darin por el artículo. Es un tema que justamente quería ahondar. Me encanta la historia, y eso que soy científico. Prometo leerlo cuando tenga tiempo.
Buena suerte en todo.
De nada Ramiro, saludos!
Muy agradecido Darin, mi pasión por la historia de las ideas que comenzó a los 67 años de edad, se ve fortalecida por videos como este.
Vaya, que bien. Cuando leí este libro de Illich, sabía que lo tenía que compartir!
Profesor McNabb, le felicito por haber escogido un tema tan interesante y haberlo desarrollado con sencillez y claridad. Ahora al leer o escribir, valoraremos la suerte que hemos tenido de las herramientas que se han puesto a nuestro alcance. Y desde luego, poner más atención sobre su evolución en este nuestro mundo que cada día tecnológicamente nos sorprende diariamente.
Le reitero mi agradecimiento y reconocimiento
Gracias por tus palabras Salvador 🙂
Hola Darin.
Hace ya años que veo tus videos y es primera vez que escribo.
Felicidades.
Mucha gusto Everardo 🙂
Delicioso platillo. Gracias profesor por hacer de el conocimiento un manjar.
Gracias a ti María Elena 🙂
Sorprendente información! Qué compleja había sido la evolución del aprendizaje!
Gracias, Darin, por este excelente vídeo, que de por cierto es bastante visual. Ha sido todo un trabajo insertar imágenes alusivas que ayuden a comprender y retener la narración del trabajo.
Un abrazo, y feliz 2018.
Gracias Esther 🙂
Estimado Profesor McNabb, considero que trabajos como este de la Fonda Filosófica estarán en un futuro próximo equiparados a lo que fueron en el siglo XII los escritos de los grandes pensadores. Los libros impresos ya no acompañan la velocidad de la información en nuestros tiempos.
Me gustó la cita de los frailes mendicantes, justo acabo de leer las introducciones de la Suma Teológica, y comenta mucho sobre este período. Mucha discusión entre las Facultades de Artes y de Teología en París.
Un excelente video.
Hola Lisandro, muchas gracias por tus lindas palabras 🙂
Que interesante esta charla que nos brindas, la historia de como ha evolucionado la escritura y la transmisión del conocimiento en la época medieval, que de hecho el hombre desde sus origenes ha buscado las formas de comunicarse a traves de las pinturas rupestres en las cuevas, los escritos de jereolificos en papel papiro por los Egipcios. Un tema fascinante y aleccionador que nos perite visualizar un contraste con los medios actuales de la técnología y la facilidad de transmitir el conocimiento.
Gracias Darín lo disfrute mucho con una buena copa de vino.
Gracias Carlos, que bueno que te haya gustado!
Buena tarde Sr. Darin, Mil gracias por compartir tu conocimiento y el tiempo que dedicas a este proyecto. En mi caso soy abogada (no ejerzo actualmente) y aunque me encanta leer me canso muy rápido por ello me resulta fascinante poder seguir creciendo a través de sus exposiciones, de veras que lo felicito.
Hola María, me da gusto que has sacado provecho de mis vídeos. Un abrazo desde México!
Darin
…Super tema por varios puntos que tocas : educación, técnicas de estudio, etc.
Abre la puerta al tema de la lectura, lectores e innovación tecnología y como ésta ha cambiado la formación del nuevo lector crítico. Interesante profundizar!
Y cuando estuve investigando sobre semiótica, noté que no nos has “sasonado” la mente con Umberto Eco….esta pendiente ese festín.
Pilar
Tienes razón Pilar!
Darin… eres mi ídolo. Te sigo desde España con mucha atención. Gracias a ti, he conseguido comprender los contenidos filosóficos cada vez con mayor facilidad. Mil gracias. Quería preguntarte, respecto a este vídeo, dónde puedo encontrar las referencias bibliográficas. Las mencionas pero no las encuentro. Muchísimas gracias.
Un gran abrazo desde Barcelona.
Renée
Hola Renée. Gracias por tus lindas palabras. ¡Tienes razón! Puse esa información en la descripción del vídeo en YouTube, pero se me olvidó ponerlo aquí en mi página de la Fonda. Ya quedó.
Excelente video. Es un tema que me apasiona y me gustó mucho la forma en que lo presentas ¡Gracias, Darin!
Gracias A ti Ana!
Al ver este atrapante video, Darin, sin querer me acordé que el primer testimonio documentado de la lectura silenciosa lo dió San Agustín (en el siglo IV) cuando -asombrado cómo un niño- descubre a San Ambrosio leyendo en voz baja y lo retrata así en su libro Confesiones : “cuando leía, sus ojos se desplazaban sobre las páginas y su corazón buscaba el sentido, pero su voz y su lengua no se movían”. SAN AGUSTIN, el probablemente más importante padre de la Iglesia, captó antes que nadie aquel momento histórico en que se iniciaba la “espiritualidad interiorizada”. Aquella que lo llevó a enfrentar la espiritualidad hipócrita (igual que Kierkegaard catorce siglos después) y a decirnos a todos aquellos que creemos en una fe sentida : “No salgas de tí, adéntrate en tí-mismo, porque en el interior del hombre vive la verdad”. Me pareció pertinente, en fin, poder compartir este comentario desde mi fe, con el mayor respeto a todos los no-creyentes, por supuesto. Ojalá que algún día le dediques uno de tus videos a este gigante de la Espiritualidad y la Metafísica. Te mando un gran abrazo